Las fiebres tercianas
Según numerosas referencias documentales, los años ochenta del S. XVIII fueron pésimos para el litoral mediterráneo donde los fenómenos climatológicos extremos ocasionaron desastres de todo tipo. A los daños materiales hay que añadir los derivados de la estrecha relación existente entre el exceso de agua y las llamadas fiebres tercianas o paludismo. Su aparición era habitual tan pronto comenzaban los calores veraniegos y su mortalidad no solía ser llamativa salvo cuando, en situaciones excepcionales, se transformaba en epidemia y se disparaban los fallecimientos.
Otro problema eran los efectos que las fiebres provocaban en la vida de la gente del campo. El estado de postración en que quedaban sumidos y la debilidad causada por la insuficiente alimentación, hacía imposible que desarrollasen las tareas agrícolas en el momento clave de la recogida de las cosechas, con lo que las fiebres también conducían, de manera inevitable, hacia el desastre económico.
La gran expansión alcanzada por las fiebres tercianas tuvo mucho que ver, a partir de 1783, con la sucesión de largos períodos alternativos de sequía y de precipitaciones excesivas.
Las fiebres tercianas se extendieron por casi todas las regiones del país, donde llegaron a adquirir los perfiles de auténtica epidemia. Esto despertó alarma y preocupación. El conde de Floridablanca, Secretario de Estado de Carlos III en aquellos años, actúo urgentemente y ante la dimensión que adquiría el problema, que a la larga provocaría un gran número de víctimas, comisionó al médico catalán José Masdevall y Terrados, inventor de la opiata contra las fiebres, para que les hiciera frente empleando todos los remedios que tuviera a su alcance.
Epidemia en Barbastro
A Barbastro, la epidemia llego a comienzos de 1784. Sus habitantes y los de otras poblaciones próximas comenzaron a padecer de diferentes trastornos vinculados a la epidemia procedente de tierras catalanas. La dolencia se fue extendiendo a lo largo de los meses, hasta niveles preocupantes. En diciembre, el Real Acuerdo aragonés determinó el desplazamiento de los facultativos Antonio Ased y Pedro Tomeo, del Real Colegio Médico Quirúrgico de Zaragoza. El 2 de enero de 1785 llegaron a Barbastro y cuatro días más tarde lo hacía José Masdevall.
Entre los tres pusieron de inmediato en marcha un plan de choque con el fin de conocer el número exacto de vecinos afectados por las fiebres y el tipo de estas. El número de enfermos era elevadísimo y la mayoría yacían postrados e incapacitados para el trabajo.
De la evolución de esta epidemia y su control, tenemos una amplia referencia en una publicación de 1795 que la describe detalladamente: Memorias referidas a las epidemias de fiebres tercianas padecidas en Barbastro (1784) y La Alcarria (1784 y 1791)2.
1 Alberola Romá, Armando. Los cambios climáticos (La historia de …) (Spanish Edition) . Ediciones Cátedra.
2 Dictamen de los autores de las Efemérides Literarias de Roma sobre la epidemia de Barbastro y método curativo que el Dr. D. Joseph Masdevall, médico de cámara de S. M., puso en marcha para extinguirla.
Según se relata en esta pormenorizada narración, “desde enero de 1784, la ciudad de Barbastro, con otras muchas de Aragón, fué acometida de una calentura catarral, que a últimos de mayo pasó a ser intermitente, a los principios benigna, pero en agosto, continua para algunos, para otros remitente ó maligna, con síntomas de delirio, letargo, sincopes, vómitos enormísimos, y abundantes deposiciones serosas.
Pasado otoño las calenturas catarrales comparecieron de nuevo, muchas eran malignas y con petechias, y aquellos que en verano las habían tenido intermitentes recaían muy à menudo en enfermedades crónicas de hidropesía, calentura lenta, sudores nocturnos etc.
El mal cedía en muy pocos y con el numero de enfermos crecía también el de los muertos. En este miserable estado se hallaba la ciudad de Barbastro a la llegada del Señor de Ased con su compañero, que fue el 2 de enero de 1785. Con el único medico de ella, que se hallaba en estado de trabajar, visitaron uno por uno los enfermos de la ciudad, y porque muchos ò por pobreza, à por desesperación arrastraban el mal por las calles, sin querer ò poder curarse, se publicó un bando, que cualquiera que se sintiese con alguna incomodidad acudiese à la casa de los dos médicos forasteros.
Traducida del italiano por el Dr. D. Francisco Llorens y Masdevall—, Teniente por Su Majestad de Inspector de Epidemias en el Principado de Cataluña, socio de la Real Academia de Medicina Práctica de Barcelona y Presidente Honorario de la de Cartagena, en Barcelona. Francisco Suria y Burgada, impresor del Rey Nuestro Señor, calle de la Paja, s.f. 1795
Entre tanto con el auxilio del magistrado providenciaron que se purificase el ayre de la ciudad, y casas de los enfermos, haciendo regar estas con vinagre y otros fluidos antipútridos, y limpiar los muladares, y quitar las inmundicias de aquellas.
El dia 6 de enero llegó el Señor Masdevall, quien enterado del estado de la ciudad, propuso à sus compañeros su método con su poción, que en el mismo día fue administrada à los mas agravados.
Una de las primeras curaciones se verificó en la persona de Juan Roca, clavetero, de edad de 27 años, en quien la terciana de muchos meses había degenerado en calentura continua , y lo había reducido a estado tan deplorable, que por sí no podía mover un brazo. Inmediatamente se le prepararon quatro onzas de quina con setenta y dos granos de tártaro emético, media onza de sal amoniaca y otra de ajenjos, de todo lo que con el xarabe de ajenjos se hizo una pocion.
Según el método prescripto por el Señor Masdevall, el enfermo tomó toda la poción en el espacio de quarenta y ocho horas, pasadas las quales habiéndole visitado tres médicos, le hallaron con tan notable mejoría, que no les quedó la menor duda de su restablecimiento.
Movió à compasión, y dio que pensar al Señor Masdevall el espectáculo de tantos enfermos pobres, que por falta de medios no podían sujetarse à la correspondiente curación y dieta. A este fin formó una hermandad, que intituló de la caridad, por cuyo medio se subministrase lo necesario à los pobres. El obispo, los nobles, y todas las personas de algún caudal se le unieron de muy buena voluntad, pero Masdevall no permitió que ninguno le excediese en la contribución.
El Señor de Ased con su compañero, viendo las cosas en tan buen estado, se volvió à Zaragoza, dejando Barbastro en manos de Masdevall, quien no la desamparó hasta que en pocas semanas la dejó enteramente sana.
No puede dejar de notarse el modo con que acostumbra purificar el ayre de los aposentos de los enfermos. En pequeños braseros de fuego hace encender lejía verde, cuyos ácidos sulfúreos disipándose en humo, y combinándose con el ayre mefítico lo neutralizan, y vuelven saludable. Esta precaución dice haberla aprendido del celebre Cook, quien en su larga y penosa navegación de tres años al rededor del globo terráqueo purificaba de ese modo el ayre de su navío en las calenturas pútridas y malignas”.
La epidemia de Barbastro y la Pequeña Edad de Hielo
Hasta aquí la narración del desarrollo de la epidemia tal como se vivió en esos momentos. Al día de hoy, transcurridos más de dos siglos, sabemos que fue uno más de los efectos del cambio climático que tuvo lugar en los siglos XV al XVII, durante la cual Europa, América del Norte, y quizás el resto del mundo, pasó por la llamada Pequeña Edad de Hielo. Se sufrieron inviernos muy crudos y la temperatura media de la Tierra descendió alrededor de 1-2 oC.
Aunque la Pequeña Edad del Hielo duró siglos, no todos los años, ni siquiera todos los decenios fueron fríos. Eso sí, las temperaturas pocas veces llegaron a niveles similares a los de fines del siglo XX o comienzos del XXI.
Los episodios de frío duraron bastante más, por lo menos hasta 1750. Y se reprodujeron a fines del siglo XVIII, y a comienzos del XIX.
En un periodo de tiempo tan prolongado, se produjeron numerosos fenómenos climatológicos que actualmente serían cuando menos llamativos. También ahora, el cambio climático en el que nos encontramos, dará lugar o ya lo está dando, a fenómenos climatológicos extremos. Sin embargo, los medios con los que actualmente se cuenta y los recursos disponibles, para paliar o prevenir sus efectos, no tienen comparación con la situación en que nuestros antepasados se encontraban, tal como se deduce por ej. del relato de la epidemia de Barbastro de 1784. Si actualmente se habla de catástrofes y emergencias, ¿de que modo hablarían en los S. XVI-XVIII de lo que les estaba sucediendo? Con toda razón para muchos sería apocalíptico.
Fenómenos extremos
Basta mencionar unos pocos sucesos a título de ejemplo3, ciñéndonos únicamente al S. XVII y XVIII.
En 1617 por ejemplo, se heló el Ebro, y en Cataluña se quejaba la gente de que había llegado «el año del diluvio». Nevó en Sevilla el 3 de enero de 1622, el 31 de enero de 1634, y en 1641 heló el 20 de abril. En el resto de Europa sucedió igual.
En 1646-1650, los inviernos fueron particularmente crudos en Francia, a veces verdaderamente glaciales; las primaveras registraban heladas tardías, y los veranos eran muy lluviosos.
Todos los inviernos, durante un buen número de años, se helaba el Támesis en Londres. Hay referencias de que en Inglaterra se registraban, en el siglo XVII, de 20 a 30 días de nieve, cuando en el siglo XX solo hubo de 2 a 104.
Entre 1670 a 1730 gran parte de los valles de los Alpes, hoy habitados, quedaron invadidos por los hielos, de suerte que muchos pueblos hubieron de ser abandonados. Manadas de lobos procedentes de Escandinavia atravesaban el Báltico helado y asolaban los campos de Alemania.
En 1695 Islandia quedó totalmente aislada por el hielo durante nueve meses. También se vieron placas de hielo en el mar, en el litoral de Francia, y masas de hielos flotantes frente a las costas holandesas.
En el S. XVII se registraron en Córdoba hasta once riadas del Guadalquivir, frente a solo dos en el XVI, cinco en el XVIII, dos en el XIX y otras dos en el XX.
Los coletazos de finales del S. XVIII
Ya en el S. XVIII, sobre todo a partir de 1770 y hasta fin de siglo, las regiones del Mediterráneo de la península ibérica sufrieron una brusca oscilación climática. Con frecuencia inusual coincidieron fenómenos meteorológicos extraordinarios. Sequía y lluvias catastróficas se dieron simultáneamente en épocas de verano-otoño.
En 1783 la situación fue muy dura, pues a la pertinaz sequía habían de añadirse los daños causados por los «temporales de agua». En el Somontano de Barbastro, a finales de agosto de 1783, una tremenda granizada arruinó los campos de Barbastro, Fonz, Estadilla, Castejón del Puente, Estada, Olbena, Graus, La Puebla de Castro, Benavente y Torre Esera.
La Gazeta de Madrid dio noticia del suceso el 6 de septiembre destacando, por un lado, “la rapidez con que la tormenta se había desplazado recorriendo unas diez leguas en dirección sur-norte en apenas media hora y, por otro, el carácter excepcional del episodio, dados el calibre y la gran cantidad del granizo caído”.
3 Comellas García-Lera , José Luis. Historia de los cambios climáticos. (Spanish Edition) . Ediciones Rialp.
4 B. Fagan
A mediados de septiembre grandes lluvias azotaron todo el nordeste peninsular. El río Cinca se desbordó en diversos lugares y a su paso por Fraga, causó importantes daños en calles y huertas, así como la rotura de uno de los arcos del puente nuevo.
Pasados cinco años, a final del verano de 1788, hubo nuevos episodios de condiciones atmosféricas adversas y el 5 de septiembre intensos aguaceros, acompañados de granizo y gran aparato eléctrico, recorrieron el nordeste peninsular provocando un auténtico caos. Esta perturbación atmosférica castigó con dureza el Campo de Tarragona. Tortosa, sin apenas reponerse del desastre del año anterior, padecería una nueva inundación tras desbordarse el Ebro. Barbastro y Fraga sufrirían también la crecida de los ríos Vero y Cinca.
El invierno 1788-89 fue crudo como pocos. En Tortosa el Ebro permaneció helado durante quince días. El río se había helado por lo menos ocho veces durante los siglos XVI, XVII y XVIII; pero nunca pudo imaginarse que permaneciera como una capa sólida durante medio mes. Nevó en París en noviembre, diciembre, enero, febrero e incluso en varios días de marzo. El Sena también se heló por una temporada.
Sacando conclusiones
Es una enumeración rápida de unos pocos lugares que sufrieron daños importantes por las inclemencias del clima. Es obvio que las zonas afectadas eran mucho mayores y es imposible dar detalles exhaustivos de lo sucedido. Actualmente es impensable que como consecuencia de los efectos del cambio climático se pueda llegar a pasar hambre en los países desarrollados de la Comunidad Europea. O surjan epidemias incontrolables. En países del tercer mundo, es posible. Pero actualmente, una acción solidaria global auténticamente comprometida, puede hacer llegar los recursos necesarios en un breve tiempo al foco de la emergencia. Medios hay, se trata de administrarlos eficazmente para que lleguen a los fines previstos y no se pierdan por el camino.