Estamos viviendo tiempos muy difíciles. Hoy mismo, un presidente autonómico calificaba de “peste” la desgracia que sufrimos a nivel global. Se está produciendo un decaimiento general y social en el que aumentan problemas mentales como depresiones, ansiedad, estrés e incluso los suicidios.
¿Y ante esta dinámica perversa qué podemos hacer?. ¿Cómo podemos sobrevivir a tanto riesgo de contagio en nuestro día a día?.
Al comienzo de esta pesadilla se decretó un confinamiento estricto. Con la llegada de las vacunas llegó un intento de restablecer una normalidad que no ha sido tal, porque este virus muta, golpea una y otra vez porque ha venido para quedarse.
Si me permiten, y con toda la humildad, querría hablarles y ¿por qué no? … recomendarles las actividades al aire libre, el deporte sano y exento de contagios. Tenemos muy cerca de casa, a escasos treinta kilómetros de Barbastro, verdaderos parajes en los que olvidar la pandemia, subir la autoestima y amar la vida sobre todas las cosas.
Hoy mismo hemos comenzado cinco amigos una excursión desde Ligüerre de Cinca a primeras horas. Éramos testigos de cómo el sol salía victorioso frente a las brumas pegadas a una helada lámina de agua del pantano del Grado. Afrontábamos las bajas temperaturas con buen ánimo mientras nos adentrábamos en el congosto del Entremón por un umbrío sendero tallado en la roca. No podíamos caminar muy deprisa pues el espectáculo era sobrecogedor por su belleza y por el vacío intrigante bajo este desfiladero que nos conduciría hasta la presa de Mediano.
Tras ascender trescientos peldaños y rebasar la cota más alta del embalse veíamos un vaso medio vacío con la torre de Mediano libre de agua.
Dijimos: buen momento para echar un bocado y sentados le hincábamos el diente al bocadillo de rigor. Teníamos la idea de acercarnos a Mediano y Samitier para descubrir un reciente y bien acondicionado sendero por el que ascender al punto culminante de la excursión. Al llegar a una especie de nido de águilas y en escaso espacio físico pudimos visitar tres joyas del patrimonio más antiguo que se puedan imaginar. A parte de la ermita de santa Waldesca allí estaba la atalaya defensiva formada por la iglesia de san Emeterio y san Celedonio junto a los restos de una torre hexagonal. Este complejo se empezó a construir a principios del siglo XI, poco antes de que un joven conde llamado Ramiro intentara convertir su heredado condado jacetano en el reino de Aragón expandiendo sus dominios hacia el este por las tierras de Sobrarbe y Ribagorza. Precisamente asediando Graus encontró la muerte el rey Ramiro I en 1063.
La iglesia de los santos guerreros es de tres naves, tres ábsides e incluso cripta. Fue hecha por artesanos lombardos y puede que cobijara a monjes guerreros que desafiaban al poder musulmán.
Tras alejarnos de estas joyas pudimos darnos cuenta de los abismos que circundaban tan mágico lugar.
Ahora no quedaba más que descender por otro camino de nuevo a Ligüerre, cerrando un círculo virtuoso como itinerario invernal, frío y soleado. Fueron siete horas, 13 Km y 700 metros de desnivel todos bien agitados para saborear el mejor cóctel de aventura, deporte y amistad.
Por unas horas, hemos vivido alejados del cotidiano sufrimiento y con los pies bien plantados hemos pisado fuerte nuestra tierra, ya saben , como decía Labordeta…: “- de esta tierra hermosa , dura y salvaje ….haremos un hogar… y un paisaje”.