La historia del Hotel San Ramón de Barbastro empezó en el año del Señor de 1850 con el nacimiento en Nocito de una niña a la bautizaron con el nombre de Rita. Nocito es una minúscula localidad ubicada en la comarca de “La Hoya de Huesca” a la que separan 44,9 kilómetros de Barbastro en línea recta.
Esta niña era mi tatarabuela y se apellidaba Villacampa por parte de padre y Ciprés por parte de madre.
Francisco Villacampa, su padre, era un labrador más del pueblo que cultivaba sus propias tierras. El producto de su trabajo daba de sí lo justo para alimentar a su familia. Por ello, además, el señor Villacampa cultivaba y se encargaba de vigilar y cuidar las tierras propiedad de “las señoras Biscarra de Selgua” que según mi padre tenían su domicilio en la calle Mayor número 22 de Selgua. El apellido Biscarra procede de un importante linaje medieval, formada por señores, caballeros y religiosos, que dio nombre a una vila, hoy “La Pardina de Vizcarra”, que se encuentra a menos de 40 kilómetros de Nocito en dirección a Jaca.
El entorno en el que creció Rita, siempre acompañada por su hermana Juliana, era mucho más que un ambiente rural. Era puro monte a más de mil metros sobre el nivel del mar con un subsuelo del que brotaban numerosos manantiales y fuentes y con grandes extensiones de pinos, robles, quejigos y encinas. Aun y la abundancia de agua y la fertilidad de la zona, a causa de las características del terreno, no era una labor fácil obtener productos de la tierra. Las aguas brotaban del subsuelo para acabar convirtiéndose en ríos que finalizaban su vida en el Ebro. Uno de ellos, el Guatizalema, (palabra de origen árabe que se puede traducir como río tranquilo) atraviesa Nocito por el centro dividiéndolo en dos. La Fuente del Plano, la Fuente de la Pulga o la Fuente del Barrio Bajo entre otras dotaban a Nocito de un agua limpia, cristalina, ilimitada y gratuita.

La abundante piedra caliza del terreno ha sido erosionada a lo largo de miles de años por el agua, la lluvia y el viento creando maravillosos paisajes bañados de piedra y salpicados de simas, desniveles, cuevas y cavernas. Un extraordinario manto amarillo cubría este terreno pedregoso cuando a finales de primavera y de otoño florecía un arbusto verdoso y espinoso al que se conocía en Guara como Cojín de Monja.
Así era la zona de juegos, de diversión y muy pronto de trabajo de Rita. Un monte inconmensurable en el que frecuentaban animales como buitres, quebrantahuesos, águilas, halcones, jabalís, corzos, culebras, truchas, barbos y muchos, muchos otros más.
La sensación de libertad que conoció la niña Rita en plena Sierra de Guara la acompañó siempre, pero las condiciones de vida eran duras y requerían sacrificios constantes que no todos podían soportar.
Rita siempre fue decidida y se planteó desde muy joven un futuro con dos ideas muy claras a las que de ninguna forma estaba dispuesta a renunciar. Aprender todo cuanto pudiera y ser mentalmente fuerte. Probablemente ella lo expresaría así en su fabla natal:“Pai, quiero aprender de tot y tener siempre a capeza miu fuerte”. Según los que la conocieron en persona fue fiel a sus principios hasta el final de sus días.
Hoy, la Sierra y Cañones de Guara es un extenso territorio poblado por una quincena de pequeñas localidades que se ha convertido en un paraíso para los amantes de la montaña y para los aficionados a los deportes de aventura.
A mediados del siglo XIX, las temperaturas en la Sierra de Guara oscilaban entre los 15 grados bajo cero en los días más crudos del invierno y los 30 grados positivos en los meses de julio y agosto.
Nocito era una población que se autoabastecía. Una economía de subsistencia que contaba con carpintero, sastre, cura, albañil, esquilador y practicante entre otros profesionales. Era absolutamente necesario ya que se planteaban enormes dificultades para desplazarse a otras poblaciones a causa de los importantes desniveles del terreno y la desastrosa situación de caminos y resto de vías de comunicación que se encontraban rebosantes de piedras rodadas.