-Mamá, ¿tú crees que soy raro?-preguntó el pequeño.
Y durante unos segundos, ella dudó sobre lo que debía contestar, hasta que al final, dijo: -Sí, eres raro. Y especial, perseverante, dulce y una persona cuyo corazón eclipsa todo a su alrededor. El niño extrañado miró fijamente a su madre. Ella añadió: -Todos somos raros y diferentes entre nosotros. La rareza de cada uno nos hace únicos. La rareza nos hace valiosos. La rareza nos hace brillar. Y la luz que desprendes es el mayor de tus regalos. Brillas en cada momento y te esfuerzas en cada situación. Tu rareza te hace ser maravilloso, original e inigualable. Con una sonrisa, el pequeño se abrazó a su madre. Y ésta, disfrutando de ese instante de felicidad, se dijo así misma: jamás te voy a soltar, pero sí te ayudaré a brillar.