Alcarràs cine en Barbastro
Fotograma de Alcarràs. Avalon

Alcarràs, cine sin concesiones

A la película de Carla Simón le han dado un Oso de Oro y, al parecer, eso será motivo suficiente para que la película guste a todo el mundo. Aunque también puede ocurrir que consideremos que el jurado del festival berlinés no tiene demasiado criterio.

Que los demás no tienen ni idea y la culpa es siempre de otro es la esencia de la españolidad, sin olvidar, como dijo Cánovas del Castillo, que es español el que no puede ser otra cosa. El español y el cine se parecen mucho si hablamos de la relación con la realidad, pues en ambos casos no hay nada que la ate a ella, véanse los ayuntamientos, las mallas de lycra o las fotos de los bocadillos de los bares.

El compromiso del cine, por más que siempre haya vestiduras  destrozadas, no es con la realidad, sino con la verosimilitud. Son cosas diferentes y el único objetivo es que no haya fricción en esa traslación.

Alcarràs 

Ocurre también que, como sin querer, alguien ve Alcarràs y termina aplaudiendo en el cine de Barbastro. Y uno que nunca había sido testigo de ese acto de felicidad y gratitud en este lugar se pregunta por las complejas relaciones que se establecen entre una liturgia y su comunión, experiencia que provoca el cine cuando cuenta la vida sin intromisiones ni maquillaje, pero con la capacidad que tienen los buenos relatos para explicar el mundo.

La película se dedica a narrar sin que sobre ni falte nada, dejando que el tiempo discurra frente a una cámara, sin luces de contra ni música incrustada que subraye naderías. Bien es verdad que es un western y este tipo de cine, como género moral que es, tiene el atractivo de explicar cómo el ser humano que habita un territorio  tiene que defender su dignidad frente a forajidos y recompensas.

Tres desapariciones

En Alcarràs existen tres rupturas, tres desapariciones que enfrentan al espectador con un relato que confirma a Miguel Torga: Lo universal es lo local sin paredes.

La magia

Lo primero que desaparece es la posibilidad de la magia, esa fuerza mental dispuesta a creer en lo imposible como forma de juego o de supervivencia, aunque sean lo mismo.  Una máquina se lleva el coche que los niños utilizaban como nave espacial y algo empieza a desmoronarse en ese lugar.

La familia

La siguiente desaparición es la de la familia: el forastero siembra la semilla de la discordia y el mundo conocido se resquebraja. Sin embargo, la relación de cada persona con la naturaleza se mantiene y solo cuando esta es alterada intencionalmente es cuando se provocan las auténticas rupturas, pues se rompe esa línea del respeto que  atañe a la tierra y no al ser humano, por eso para los labradores una almendrera en la linde no es un árbol en el campo, sino en la memoria.

El lugar

La última, definitiva, es la desaparición del lugar, de ese espacio emocional que es a la vez legado y urdimbre,  que configura la existencia, está en las fotografías de papel  y es, al final, el lugar de las cenizas de cada uno.

Tal vez sea que el cine, más allá de las tonterías habituales que infantilizan a  espectadores ya de por sí  muy atentos a contestar whatsapps, hacer ruido y  embaular palomitas, sigue teniendo la fascinación que genera contar la vida. Decía André Bazin que  el cine buscaba sustituir el mundo por su doble, de ahí ese título  y esa historia,  propósito de sencillez de un relato de una honestidad sin orillas.

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