Iglesia de Santa María del Romeral Selgua

Como para todos los niños de Guara, la infancia de Rita Villacampa transcurrió tan rápido que tuvo que hacer un gran esfuerzo para recordar el resto de su existencia todo lo que había aprendido

La dureza que imponían las condiciones de vida provocaba que a los diez o doce años los aún niños tuvieran que arrimar el hombro con su trabajo para asegurar la subsistencia de la familia. Era una infancia robada y acelerada que daba paso con excesiva rapidez a la adultez eliminando de un plumazo la adolescencia.

Da que pensar que lo que hace 150 años era lógico, necesario y socialmente aceptado, se haya transformado en un hecho repudiado y reprobable por parte de nuestra sociedad.

Es por este y por muchos otros ejemplos más que el juicio de los actos humanos solo debe construirse considerando el entorno social y el tiempo histórico en que se hayan producido.

Rita vivió nunca olvidó que en su tierra los niños eran bautizados con el nombre del Santo del día o el de algún familiar muerto. Tampoco que el único documento identificativo que tenía la mayor parte de la población durante toda su vida era la Partida de Bautismo que firmaba el cura del pueblo.

A partir de los cinco o seis años los críos merendaban pan con vino y azúcar como preludio de otra costumbre que hoy nos escandalizaría. Era habitual que a partir de los ocho o nueve años empezaran a tomar vino durante las comidas.

Cuando los jóvenes se casaban, siempre con el beneplácito de sus padres, firmaban una suerte de escritura por la que se obligaban a mantener a sus progenitores mientras estos viviesen.

La matancia del cerdo por San Martín, el “Matapuerco” (media docena de tortetas, dos morcillas, un trozo de empaná y un pedazo de magro) que se compartía con los vecinos, el uso como abono de los excrementos de los animales (estiercol), la convivencia dentro de la propia vivienda con cerdos, gallinas y machos, el corral y el campo como lugares destinados a las necesidades íntimas o el trueque como sistema habitual de compra, venta e intercambio, son solo algunas de las muchas vivencias que en solo doce años acumuló Rita en su memoria y que nunca olvidó.

Nuestros lectores más veteranos habrán conocido de forma directa algunas de estas antiguas costumbres que pervivieron aún durante parte del pasado siglo XX.

Doce años era la edad que tenía Rita cuando decidió que quería acompañar a su padre a Selgua en su visita anual a la vivienda de las Sras Biscarra para pasar cuentas del resultado de la gestión de sus tierras. Si alguna característica se podía destacar del carácter de la niña Rita, era sin duda alguna su tozudez y cabezonería.

Por ello y a pesar de la negativa inicial de su progenitor ante lo que resultaba una insólita petición, Rita acabó recorriendo por primera vez el difícil camino que separa Nocito de Selgua. Quería aprender cómo su padre pasaba cuentas con “las Biscarra”.

Aquel día del mes de octubre de 1862 Rita se despidió de su madre y de sus hermanos Juliana y Benito.

De Juliana no disponemos de más información que una pequeña cita en la esquela publicada en El Cruzado Aragonés en la que se anunciaba la defunción de Rita en el año 1932. En aquel momento Juliana seguía con vida.

En relación a Benito es preciso recordar que hasta la proclamación de la II República Española, en nuestro país sólo votaban los varones. Así, el hermano pequeño de Rita aparece en el Censo Electoral de Nocito de 1892, como Benito Villacampa Ciprés, con domicilio en la calle San Juan número 9 de Nocito, de profesión labrador, con conocimiento para leer y escribir y nacido en 1854.

Selgua, que hoy cuenta con poco más de 150 habitantes, es un pueblo sin municipio que pertenece al de Monzón.

Cuando Rita y su padre llegaron a Selgua en 1862 estaban censadas “367 almas” y según el ya citado Pascual Madoz era una población de clima templado y sano, con un terreno de secano de mediana calidad donde se cultivaban básicamente cereales, vino y aceite.

Tras un difícil recorrido por los arriesgados caminos de la Hoya de Huesca, el Somontano y el Cinca Medio, Rita y su padre llegaron hasta la céntrica vivienda donde moraban las señoras Biscarra.

Nuestro amigo Google hoy nos informa de que el tiempo necesario para recorrer a pie la distancia que separa Nocito de Selgua es de 20 horas y 44 minutos.

Ese es el tiempo que tardaríamos hoy que disponemos de caminos y carreteras en buen estado y de calzado y ropa adecuada.

Antes de llamar a la puerta Francisco advirtió a su hija:

Rita, pórtate bien, obedexe y no digas cosa. Nomás escuita, mira y aprende. T’ha quedau claro?

Sí pai! -respondió con calma Rita- no se preocupe, seré invisible.

Mientras las señoras Biscarra sentadas alrededor de la mesa del comedor escuchaban con atención al padre de Rita que detallaba el resultado del cultivo de las tierras que le habían confiado, la niña permanecía en un rincón hundida en una butaca y prestando todos sus esfuerzos en entender qué explicaba su padre.

Pasados unos minutos, Rita ya había captado cual era el mensaje, pero las señoras le hacían repetir a Francisco una y otra vez los mismos temas como muestra de una cierta dificultad de comprensión.

Se estaba aburriendo, así que se levantó discretamente y mientras observaba curiosa los muebles, cuadros y objetos decorativos que atestaban aquella vivienda tan diferente a la suya, fue desplazándose lenta y distraídamente hasta llegar a la cocina de la casa.

Sin duda era la más grande que nunca había visto y ella, que ya estaba acostumbrada a fregar, limpiar, ordenar y cocinar, quedó sorprendida ante el caos y el desorden que observó.

La cocina era su territorio y hasta le molestó y disgustó aquella anómala situación.
Sin pensárselo dos veces se arremangó, se puso un delantal y se propuso poner orden.

Al cabo de un rato las señoras Biscarra y Francisco llegaron a un acuerdo y pactaron que el año siguiente las cosas seguirían igual. Pero al buscar con la mirada hacia donde debía estar sentada Rita, se llevaron una inesperada sorpresa. La niña no estaba. La buscaron por la casa y enseguida la encontraron sentada en un silla de la cocina.

Una amplia sonrisa se dibujó en su cara cuando su mirada se cruzó con la de su padre. Pero Francisco, muy enfadado, se dirigió a ella gritándole y amenazándole.
Las señoras le hicieron callar y preguntaron a Rita porqué había arreglado, limpiado y ordenado la cocina y cómo había podido hacerlo en tan poco tiempo.

La niña, con toda naturalidad, les contestó:

No me gustan ni el desorden ni la suciedad y me encanta cocinar, así que no he podido evitarlo. Lo siento.

¿Lo siento? -exclamaron al unísono las señoras- Francisco si le parece a usted bien le proponemos que la niña se quede un año en nuestra casa para servir. Cuando usted vuelva el año que viene por estas fechas a pasar cuentas, volvemos a hablar. Si la niña quiere seguir otro año, lo hará, y si no, volverá con su familia a Nocito.

Tanto padre como hija aceptaron de muy buen grado la propuesta. Rita tenía 12 años y ya no se movería de Selgua hasta mucho tiempo después.

Segunda parte aqui.

Sal de Ronda
GOB ARAGON surge
SUSCRIPCION
gobierno de aragón

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here