Reconstrucción de una horca
Reconstrucción de una horca

CURIOSIDADES Y ANÉCDOTAS HISTÓRICAS DEL SOMONTANO 

Desde que Judas Iscariote murió ahorcado, y teniendo en consideración que las  posteriores épocas medieval y moderna fueron sumamente religiosas, este tipo de  deceso siempre fue visto como una deshonra y como el peor de los castigos. Además,  los cadalsos eran instalados en lugares públicos y de frecuente paso, para que la  macabra escena la pudieran presenciar todos los vecinos, de manera obligada y sin  exclusión, y con el designio de transmitir el temor a una población casi en su totalidad analfabeta, y a la que las fuentes de información escritas resultaban ineficaces. 

La ermita San Ramón de Barbastro en los años 50

Si bien desde tiempos remotos ya se practicaba en el Somontano de Barbastro este  cruel castigo, fue a partir del siglo XVI cuando proliferó coincidiendo con la época del  bandolerismo, primordialmente el concerniente a la presencia de salteadores de  caminos y cuatreros que se escondían en la sierra de La Carrodilla, auténtica pesadilla  para las granjas y ganados de la comarca. Somos conocedores de los patíbulos que se  levantaron en Azara, Artasona, Berbegal y Naval, y del proceso que se dio contra la  brujería en Laspaúles, de Ribagorza, mediante en el que en 1593 se ahorcaron a 24  mujeres en menos de dos meses, tras haber sido catalogadas como practicantes de  magia negra, envenenar a los vecinos y raptar y asesinar a niños para hacer rituales. En  Barbastro, según menciona el historiador Saturnino López Novoa, hasta el año 1594 la  horca estuvo ubicada en el cerro donde ese mismo año se edificó la ermita de San  Ramón, lugar desde el que se oteaba toda la ciudad. 

No obstante, uno de los casos menos conocidos, pero a la vez más singular, fue el  originado en Estadilla en 1633. Los marqueses de Aytona, Señores de la villa, ordenaron colocar una horca junto a su acceso principal en el Portal del Sol. La obra  empleó a carpinteros, albañiles, sogueros y verdugos, bajo la supervisión del maestre local Martín Jordán, sobre quien algunos documentos especifican que, tras perder las  dos piernas, se desplazaba por las calles del pueblo ayudado de un sofisticado  “armatoste con ruedas de madera”, que él mismo había confeccionado. Este patíbulo  se utilizó para ejecutar a los reos y para exponer sus cadáveres como seria advertencia para futuros delincuentes, pero también para ajusticiar a condenados de otros lugares  pertenecientes al señorío. Los postes de la plataforma fueron trasladados por el río  Cinca y arrastrados por bueyes desde la partida de Noguera en Estada. 

Los vasallos estadillanos no aceptaron la ubicación de aquella horca en lugar tan  estratégico y frecuentado por los niños, por lo que repetidamente manifestaron su  descontento al gobernador de sus Señores, sugiriendo que el aparato ejecutor fuera  trasladado a parcelas agrícolas, alejadas del núcleo urbano. Evidentemente sus  peticiones no fueron satisfechas: el golpe de efecto que buscaban los aristócratas no  hubiera sido tan pragmático. 

Sucedió que, cierta mañana, la población despertó perturbada al conocer que aquella  estructura mortífera había sido completamente devastada a causa de un incendio intencionado.

Principal acceso a Estadilla, lugar donde los marqueses levantaron la horca
Principal acceso a Estadilla, lugar donde los marqueses levantaron la horca

A raíz de ello, los linajudos de Aytona anunciaron severas represalias si no se averiguaba quiénes habían sido los autores, lo que originó que, inicialmente,  todas las sospechas recayeran sobre los habitantes de Olvena, pues, tan sólo unos días  antes del atentado, dos hermanos, vecinos de esa localidad, habían sido ajusticiados  en ese patíbulo. De nada sirvieron las amenazas nobiliarias, ya que nadie aportó el más  mínimo indicio acusatorio. Ante la impotencia que sintieron los marqueses por el  fracaso obtenido, optaron por cargar toda la presión a los estadillanos: si no facilitaban  los nombres de los culpables, pagarían las consecuencias con el levantamiento de  nuevas horcas, en este caso intramuros, en plena Plaza Mayor. Desconozco si por  pánico, por prudencia, o por simple socarronería hacia los marqueses, en un  controvertido veredicto popular la culpa recayó sobre un vecino de Estada, de nombre  Mateo Ric.

Se trataba de un indigente tullido, jorobado y liliputiense, muy conocido en  la comarca por las burlas y humillaciones a las que continuamente se le sometía. En los  documentos se describe a este pordiosero con el “cuerpo cubierto de roña, aspecto  despreciable y ruin, acorde con un modo de vida salvaje en el que por únicos alimentos  tan sólo ingería raíces, animales que podía cazar y frutos silvestres”. El Ayuntamiento  estadillano alegó en su contra que fue inculpado por “hallarse la noche de la quema  transitando a horas prohibidas, cruzando el portal de la muralla en dirección a la  plaza…” Es obvio que, nunca mejor dicho, “el muerto” se lo cargaron al más débil e  indefenso. No hemos logrado conocer el resultado final sobre su procesamiento, pero  para satisfacción propia, y espero que también de mis lectores, Mateo ni fue  ajusticiado ni desterrado del lugar, ya que, en testimonios documentales  concernientes al año 1644, lo volvemos a hallar encausado, en esta ocasión por “dar  con una pedrada en la cabeza a Antón Pano”, una vez que éste lo inculpó “por comerse  los frutos de su huerta, de utilizar su corral como lecho y de apropiarse indebidamente  de una gallina.”  

La abolición definitiva de la horca se dio con el reinado de Fernando VII el 30 de julio  de 1832, siendo sustituida por la pena de garrote vil. 

 

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