Ha sido una charla en torno a su penúltima publicación, de entre las cincuenta que tiene en las librerías. “Rutas a parajes idílicos III Pirineo central” es un compendio dividido en capítulos tan diversos y tan sugestivos como: caminos , Ibones , profundidades, maravillas naturales y alturas.

Como pudimos observar en la pantalla del auditorio no se trataba de ascender cimas ni de arriesgadas escaladas. Han sido paseos y paisajes muy bien retratados en instantáneas llenas de color y matices que nos acercan más a la lírica de la imagen que una simple guía de itinerarios.
Eduardo ya avisaba de que Martínez de Pisón había puesto el listón muy alto pero este otro Eduardo, de verdad que no ha defraudado al público que en los comentarios finales agradeció cómo transmitía en su alocución y cuánto sentimiento derrochaba en las explicaciones de imágenes muy bonitas de sarrios o quebrantahuesos. No es nada fácil la vida de estos fotógrafos de lo imposible que, sigilosos, duermen pacientes sobre la nieve en parajes por donde el urogallo a punto de mañana hace la danza que ha de enamorar a las hembras en un bosque que apenas se despereza. El sacrificio es grande pero también los resultados de sus imágenes.

A veces una faja colgada en Barrosa o en la Peña Montañesa se igualan en belleza a la senda de las Escaleretas en el río Vero y en todas ellas sentimos que somos ricos, muy ricos en tesoros naturales y privilegiados en rincones paradisíacos.
La amistad de Eduardo Viñuales con Martínez de Pisón queda clara y manifiesta ya en el prólogo escrito por el geógrafo.

Pero además el libro está dedicado a su buen amigo Alberto Martínez Embid a título póstumo, ya que falleció hace un año este mismo mes de noviembre siendo su gran amigo montañero además de una eminencia en historia del pirineísmo.
Eduardo también hace un homenaje a esos pioneros franceses como Henri Russel o Ramond de Carbonnières, aristócratas, escritores y fotógrafos que viajaron por valles españoles desde balnearios franceses para hollar cimas como Monte Perdido en 1802 o describir el espléndido valle glaciar de Barrosa. Es de justicia valorar las obras escritas plagadas de poesía de aquellos condes excéntricos y tremendamente conservacionistas, si no, fíjense en Lucien Briet, sus fotografías y el denodado ímpetu por lograr la declaración de Parque Nacional para el valle de Ordesa a principios del siglo XX.

Toda la charla ha sido una sucesión de imágenes bien combinadas con el discurso emotivo de un fotógrafo naturalista que lo es desde que era niño y que a sus cincuenta años casi saldría a libro por año lo que demuestra que su constancia es comparable a su amor por los pájaros o los bosques donde esos pájaros anidan.
Para nosotros, los montañeros, es fácil comprender todas estas virtudes pues somos cómplices de Eduardo al vivir sus experiencias y le agradecemos sus explicaciones sobre los rojos ferruginosos, los estratos plegados como hojaldres o los laguitos blanquecinos de Literola, resultado del retroceso glaciar.
Saber y saber contarlo no tiene precio y si se tiene un mínimo de empatía simplemente, Eduardo, te decimos al unísono: ¡-Muchas gracias!
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Mil gracias por esta crónica atenta y cariñosa. Por los muchos matices captados y compartidos. Ha sido un placer conoceros y leer esta reseña tan bien escrita, llena de corazón. Estoy feliz, Pedro. Gracias.