El pasado tres de diciembre se presentó en Salas Altas el libro “Casetas, corrales y refugios. Catálogo de arquitectura rural de Salas Altas”. En él se muestran más de doscientas construcciones con paredes de piedra sobre piedra, entre las que hay auténticas joyas de arquitectura levantadas por gente sencilla a base de esfuerzo y espíritu de superación.
A través de este trabajo hemos conocido palmo a palmo este término municipal, y de entre todas las magníficas sensaciones que hemos vivido, una imagen nos ha impresionado por encima de las demás: “Las Fajas”; esas pequeñas porciones de tierra alargada entre dos muros de piedra a distinto nivel a veces de más de un metro de altura, rematadas en su cima por una rala fila de almendreras u oliveras y al final de la faja a veces, la caseta.

Tal vez le resulte extraño a quien no haya pisado un pueblo que una cosa tan sencilla pueda impresionar a nadie, pero si pensamos por un momento en el esfuerzo que supuso para el que las propició mover de sitio tantas toneladas de piedra, si valoramos el trabajo de allanar la tierra entre esas paredes, plantar árboles que tardarían varios años en dar fruto; si pudiéramos poner en un platillo de la balanza todo el esfuerzo realizado y en el otro, el rendimiento de esa mínima porción de tierra que el labrador arrebató a la montaña para cultivar unas pocas almendreras, o sembrar un almud más con los que ayudarse a subsistir, entonces comprendería nuestra sorpresa, reconocimiento y admiración. ¿Fueron esos tiempos cicateros los que impulsaron a la gente de los pueblos a abandonarlos? ¿Fue el olvido por parte de los gobernantes de los intereses de los que producen la comida en favor de los que producen bienes industriales de consumo los que “echaron” a los hombres y mujeres de los pueblos? Posiblemente fueron ambos y ahora, que es imposible tornarlos a la tierra donde nacieron, debemos buscar soluciones para que esa injusticia se frene y al menos, permanezcan en la tierra las nuevas generaciones.

No nos engañemos, tenemos el serio problema de un país con pueblos vacíos y ciudades donde la gente envejece sin apenas haber podido trabajar; los gobernantes, no encuentran la solución porque no la hay; no tienen una varita mágica que con un ligero toque lo cambie todo, pero posiblemente sí esté en la mano de cada uno de nosotros el modo de cambiar el mundo rural. Tal vez si sintiéramos el problema de la despoblación de nuestro pueblo como algo propio, si cada uno de nosotros se preguntara ¿Qué puedo hacer yo por mi pueblo? ¿Estoy dispuesto a aportarlo con generosidad, toda mi voluntad y espíritu reivindicativo? tal vez entonces, con esa manera de pensar y proceder, se podría encontrar la solución.

Este libro trata de dar a conocer una parte del patrimonio inmueble que tiene este lugar: más de 180 casetas en mejor o peor estado de conservación, 18 refugios en los que de alguna manera ha intervenido la mano del hombre, y las ruinas de lo que fueron 11 parideras que muestran la riqueza ganadera pasada de Salas Altas. Pretende mostrar el atractivo turístico de fin de semana que puede ofrecer junto con las sierras y montañas que lo rodean, las más de 300 especies de flores silvestres que en él florecen, (entre ellas, más de una docena de orquídeas) o las más de 230 especies de setas; y tal vez, quizá, alguien encuentre en ello motivo suficiente para fijar sus raíces en Salas Altas, contribuyendo de ese modo a dar luz y esperanza al futuro de este hermoso lugar.