suplicia
Susana Diez de la Cortina Montemayor.

El español es, junto a la fe católica, uno de los rastros que los 333 años de dominio español dejaron en las 7.000 islas del Pacífico que conforman el archipiélago bautizado por Magallanes en 1521 con el nombre “Las Felipinas”, en honor al rey Felipe II. Pero no fue sino hasta el año 1565 cuando España logró reclamar a Filipinas como su colonia, cuyo gobierno, por su lejanía, asignó al Virreinato de Nueva España, que tenía su capital en la Ciudad de México.

Al igual que en América, la colonización de Filipinas estuvo desde el principio muy ligada a la evangelización. Los misioneros, conscientes de que no conseguirían propagar los Evangelios usando el castellano, tomaron de entre los más de un centenar de idiomas hablados en las islas dos lenguas generales, el tagalo y el cebuano, determinando así, en cierto modo, el futuro lingüístico filipino.

DPH

El español, por lo tanto, fue una lengua de élite, que pocos aprendieron y hablaron; la variedad conocida como chabacano no es sino una lengua criolla derivada del castellano, nacida de la convivencia de filipinos, españoles y mexicanos en el siglo XVII, auténtico tesoro guardado durante siglos en la isla de Mindanao, al sur de Filipinas, que conserva palabras hace mucho desaparecidas en español.

Cuando, tras la Revolución Filipina (1896-98), se desencadenó la guerra Hispano-estadounidense, el vencedor, EE.UU., tuvo muy claro ya desde el mismo año 1899 que su estrategia de dominación pasaba por la expansión del inglés en las islas, lo que explica que este idioma siga siendo hoy una de las lenguas oficiales allí, y no el castellano: el golpe de gracia para el español lo dio en febrero del año 1945 la conocida como “Masacre de Manila”, con las atrocidades cometidas contra civiles por las tropas japonesas en retirada.

Este último periodo, que abarca la segunda década del siglo XX, con la nueva administración colonial americana, el desastre de la II Guerra Mundial en el Pacífico y las terribles consecuencias del fascismo imperialista japonés, es el momento histórico al que asistimos, actualizado a través de una serie de cartas de algunos españoles afincados en el Pacífico y sus familiares del Mediterráneo -que no se libran de los conflictos que sacuden España- en una novela cuya autora, Aída Escolano Taravillo, descendiente de aquellos españoles emigrados a Filipinas, nos narra con absoluto rigor histórico, pero con la emoción epistolar de lo íntimo, uniendo a la rigurosidad de los hechos históricos la conmovedora veracidad de su historia familiar. Unas Cartas Pacíficas (Ed. Círculo Rojo, Madrid, 2022) que al final revelan ser, precisamente, eso: un alegato sin concesiones a favor de la paz, algo que, en estos días en los que asistimos con espanto a una nueva guerra en Europa, debemos tener muy presente.

 

 

Sal de Ronda
GOB ARAGON surge
SUSCRIPCION

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here