Los domingos era su día de fiesta y Paula aprovechaba esas fechas para hacer múltiples cosas queLos Jardinetes de Barbastro. normalmente no podía realizar cuando trabajaba. Aquel primer domingo de octubre Paula se sentía rara, así lo había definido ella mientras se aseaba mirándose al espejo.

Al levantar la persiana de su habitación comprobó que un sol brillante bañaba con su luz la ciudad donde vivía, Barbastro. Sintió envidia de los árboles que recibían su calor y de las flores que podían captar su luz, embelesada por la espléndida mañana que había amanecido decidió que lo mejor para su rareza era pasear bajo ese magnífico sol que en ese momento les alumbraba.

Se sentía afortunada porque donde ella vivía el sol siempre los acompañaba. Sin pensárselo mucho se vistió rápidamente para llegar a la calle y poder bañarse de la maravillosa energía solar.

Los festivos en la zona de donde vivía Paula, el Terrero, se vestían de tranquilidad y apacibilidad, nada que ver con el ir y venir de gentes y coches que sufrían sus calles los días laborales. Andar por esas calles, un día como ese, era como entrar en un mundo diferente donde, si prestabas algo de atención podías oír el trino de algún pájaro, los ladridos furtivos de los perros o los maullidos de los callejeros gatos.

Caminó sin rumbo fijo y sin una dirección predeterminada. Sus pasos la conducían por las aceras sin pedir permiso a su mente evasiva. Sus pies, vestidos con unos cómodos mocasines, tuvieron que cambiar la marcha cuando comenzó a descender la empinada calle. Al final de la acera se detuvo con la mirada perdida en un solo punto. Una suave ráfaga de aire acarició su blanca piel devolviéndole a su realidad. Cuando se hizo consciente de dónde se encontraba, sonrió discretamente y se encaminó a los jardinetes para seguir con esa apacible tranquilidad y con el calor del sol calentando su cuerpo.

Accedió a los jardinetes por las estrechas escaleras, que estaban situadas delante de la estación de autobuses. Le gustaba mucho acceder al recinto por ellas, descender aquellos peldaños era como bajar y sumergirse en otro mundo, algo que muchas veces deseaba y realizaba. Mientras sus pies se posaban en cada escalón, buscaba el origen de su rareza, pero las causas se había esfumado dejándola una extraña sensación en el cuerpo y en su espíritu. A mitad del tramo observó cómo daba el sol en los bancos que estaban a su derecha, cómo sus rayos jugaban con los barrotes y se colaban entre ellos dibujando perfectamente lo que eran. Al albergar ese pensamiento en su mente pensó en ella y en su rareza y en lo que era. Acabo de bajar los escalones y se dirigió con paso firme y decidido al banco para pensar y sacar esa rareza que se había albergado, aparentemente sin permiso, dentro de ella.

Se sentó en el banco de madera que antes había visto, apoyó su espalda en los barrotes horizontales y dejó que el sol acariciara su cabeza y su nuca, cerró los ojos para pensar pero una voz desconocida la despertó.

– ¡Hola, buenas días!-
– Buenos días- contestó Paula mientras abría los ojos y volviendo su cara en dirección a la voz que le había saludado.
– ¿Está esperando a alguien?- preguntó la dulce voz de la anciana que se había sentado a su lado- No quiero que piense que soy cotilla, solo que no quiero molestar. Si está esperando a alguien me voy.
– No, no estoy esperando a nadie- contestó Paula extrañada y sin dejar de mirar a la anciana que tenía a su lado.

Y tras esas palabras, se hizo el silencio de palabras entre ellas, ya que el ruido de la calle les acompañaba.

– No esté triste, joven. Es una mujer linda- rompió el hielo la anciana.

– ¿Triste yo?- respondió sorprendida- ¿por qué cree que estoy triste, si apenas hemos intercambiado un saludo?

-Mire joven, soy vieja y a mi edad, una se vuelve muy observadora. Yo ya no tengo prisa como vosotros, los jóvenes. Me gusta ver todo lo que tengo a mi alrededor y muchas veces, la mayoría, los hechos, los gestos hablan solos, no hace falta que se digan con palabras. Su voz está triste y apagada…¿no se ha dado cuenta?- preguntó la anciana atrevidamente.

-No, yo no estoy triste.. yo… yo…- En ese momento Paula sintió un gran rechazo y una inmensa rabia al oír las palabras de aquella extraña. Una gran ira se apoderó de ella pero el respeto hacía la gente mayor le pudo más. Se levantó enérgicamente dispuesta a abandonar el banco pero la mano de la anciana la retuvo. Su cálido contacto la hizo estremecer, una calidez que en segundos se convirtió en un calor apaciguador que recorría su cuerpo. Ninguna de las dos dijo nada y Paula no hizo ningún movimiento para soltarse. Ese calor que recorría su cuerpo, calmaba su…. rareza. Se sintió mejor y con una tímidas palabras balbuceó:

– Lo siento… yo…

-Tranquila, no pasa nada. Es normal tu reacción. Ahora marcha, pequeña, y no olvides revisar tu corazón, escucharlo y sacar todo lo que le hace daño-

La anciana con una dulce sonrisa, soltó la mano de Paula y esta antes de emprender el regreso a casa se acercó a su cara y dándole un suave beso en la mejilla le dijo:

-Gracias.

Paula se marchó con una nueva alegría en su corazón y una semilla de felicidad.

SUSCRIPCION
Sal de Ronda
GOB ARAGON surge

6 Comentarios

  1. Anoche no subió mi comentario…lo repito. Que me ha encantado Lu, me encanta la historia, los personajes, en realidad me encanta este rinconcito, es tan cercano…a ver si ahora sube!!!

    Mil besos!!!

  2. Coincido con los otros comentarios . Es un relato atractivo en cada uno de sus aspectos . Las descripciones al calor del sol , el intimismo , la sicología de las rarezas… Esos detalles de curiosidad entre mujeres que siempre , dentro del respeto , se invaden mutuamente y siempre siempre , acaban dándose un beso .¡ Ay …! Si todos supiéramos hacer eso en vez de dejarnos llevar por las limitaciones de nuestros caracteres.

  3. Hola Aurea Vicenta:
    Gracias de nuevo por leerme y dejar tu comentario. No, lo siento, no habrá continuación. Bueno sé que nunca se puede decir un no rotundo, de momento no.
    Besos y abrazos

  4. Hola Yolanda:
    Gracias guapa, sí por fin subió. Ya se sabe la tecnología cuando va bien no nos damos cuenta de su utilidad y rapidez, pero en cuanto falla nos volvemos verdaderos ogros…jejejeje
    Son rincones que mi memoria recuerda cuando no estoy alli y revive mi infancia. Creo que nos pasaría a todos, recordar con añoranza y cariño los rincones de la ciudad donde pasamos nuestra infancia y adolescencia.
    Besos y abrazos

  5. Hola Pedro:
    Gracias por leerme y dejar tu comentario.
    Estoy contigo, sí todos supieramos hacer lo que dices, seriamos personas muy diferentes. A veces necesitamos alguien que se atreva a darnos un toque de atención, porque vivimos en una aboragine de prisas y obligacines, que hace encerrarnos más en nosotros mismos. 
    Besos y abrazos

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here