Juan paseaba por el centro de su ciudad, Barbastro, con rumbo al puente del Portillo. Esa mañanaEl puente del Portillo, en Barbastro. sentía la necesidad de ir allí, quería contemplar el discurrir del río Vero y su entorno.
Caminaba con paso lento, hacía días que le costaba moverse con agilidad, no es que se sintiera mayor, era una extraña sensación que había nacido dentro de él. Unos meses atrás había cumplido 69 años y todo parecía seguir igual, su rutina era la misma desde que se jubiló, pero últimamente se sentía algo cansado, notaba cómo su paso ya no era tan ligero como antes y recordaba el pasado con una nitidez asombrosa, tanto que le hacía estremecerse, sentir herido su corazón y percibir el llanto de su alma, situación que antes no le pasaba, por eso se encaminó al río, el discurrir del agua siempre le calmaba.

La suave brisa matinal había cogido fuerza convirtiéndose en un aire fuerte que azotaba sin piedad. Apoyó sus manos en la fría barandilla del puente y bajó la cabeza para observar el río. Aquel otoño no había sido muy lluvioso y el cauce era escaso. La imagen del río en vez de ayudarle a calmarse le produjo más ansiedad, un fuerte desasosiego crecía dentro de él. Enfurecido retomó el camino de vuelta a casa. Volviendo sobre sus pasos una nueva idea cruzó por su mente, un pensamiento crecía fuerte, tan virulento que llegó a enojarse consigo mismo.

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Abrió las puertas de su casa y, al pararse en el quicio de la puerta, unas lágrimas florecieron en sus ojos. Desde que había muerto su segunda mujer, el silencio era su único compañero de piso. Se dirigió al comedor y, con la idea que antes había nacido dentro de él, agarró una hoja en blanco y un bolígrafo y sentándose en una vieja silla lo tiró con desgana encima de la mesa. Realmente le parecía una tontería lo que iba a hacer, pero algo dentro de él pugnaba por que lo hiciera, pero se resistía.

Enfurecido golpeó con sus puños la vieja y gastada mesa de madera donde en muchas ocasiones había comido con su segunda mujer, su recuerdo, su añoranza había hecho tambalear su furia. Ella era su bálsamo, era el océano donde aplacaba aquellos tsunamis que crecían en su interior. Ella, María, fue la única que lo llegó a entender, nadie en el mundo lo consolaba y lo calmaba como ella.
Las lágrimas corrieron por su mejilla sin rabia, sin furia, tan solo como pequeños riachuelos que corren para fundirse en el mar, sin prisa pero sin pausa.
Acercó el papel y suspirando comenzó a escribir:

Queridos hijos Luis y Eva:

Sé que no he sido muy buen padre y que por mi carácter abandonasteis nuestro hogar a muy temprana edad, pero no por eso os he dejado de querer. Seguramente os extrañareis de que os llame “queridos hijos”, pero quiero que penséis que para mí lo sois.

Quiero pediros perdón por todo lo que no habéis tenido, empezando por mí, mi compañía, mi figura paterna, mi amor, mi cariño… sé que es tarde y que esto os lo podía haber dicho antes, pero no he podido, soy un cobarde, en el fondo no soy nada.

Sin embargo habéis tenido de sobra insultos, gritos, desprecios y más de alguna paliza. No me creeréis si os digo que no era consciente del daño que os hacía. Yo pensaba que así seríais unas personas rectas, pero me equivoqué. No sabía hacerlo de otra manera, sé que no me puedo excusar en esas palabras, pero no puedo justificarlo de otra forma.

Pasaba más horas en el bar que en casa, el vino fue durante muchos años mi única compañera.
¡Me arrepiento tanto!, siento mucho, hijos míos, todo el daño que os he hecho. Todo aquello desde hace poco me ha ido matando y ahora siento que me encuentro en las puertas de la muerte, necesito decíroslo.

Comprenderé que no me perdonéis, pero de verdad que estoy arrepentido

Juan sintió una fuerte punzada en su corazón y se desplomó sobre el papel con un gesto amargo en el rostro, su vida se había esfumado en el último suspiro, con la última lágrima y con el único pensamiento en su mente de sus hijos, su arrepentimiento, su espina.

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4 Comentarios

  1. Muy bien, señora escritora.
    Es un relato lleno de ampatía y estoy segura de que tener un último momento de claridad y poder llegar a dejarlo expresado sería una bendición tanto para el arrepentido como para las víctimas de maltrato.
    La existencia es bien dura para todos. Saludos.

  2. Esas espinitas que se clavan en el corazón y que tanto cuesta quitarse…hay que arrancarlas como sea, arrepentirse a tiempo.

    Un texto estupendo como siempre, Lu.
    Por cierto, el otro día seguí una ruta gastronómica por tu tierra, y me entraron unas ganas de irme y llenarm e la barriga….jejeje.

  3. Hola Aurea- Vicenta
    Nadie nos dijo alguna vez que ” la vida fuera fácil”, pero hay que vivirla y de todo se aprende. Ojalá muchos reconocieran sus errores y se arrepintieran de corazón.
    Besos y abrazos

  4. Hola Yolanda:
    Hay espinas que cuesta sacarlas,pero no todo el mundo está dispuesto/a a reconocer sus errores y a perdonar. 
    Bueno yo que voy a decir de mi tierra, pues que a parte de los vinos tenemos unos productos estupendos jajajaaj.. bueno la verdad es que España es un pais privilegiado y con una gastronomía muy variada y exquista.
    Besos y abrazos

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