“Cuando uno no tiene nada ni nadie que lo ate, nada tiene que perder ante un cambio” – pensó Jorge al conocer el nuevodestino al que le habían mandado.
Al recibir la notificación con el nombre de la población, se quedó pensativo y recordó las cientos de veces que había pasado cerca de Barbastro, pero nunca había entrado allí. Se sorprendió al reconocer lo poco que sabía de esa pequeña ciudad, pero ni eso fue un impedimento, ni el cambio que suponía, ya que él siempre había vivido en Zaragoza, para rechazar la oferta.
Recordó como una fugaz visión, el pequeño Hospital que había a las afueras, cada vez que iba a Cerler y a Benasque, pero no recordaba nada más.
Unos días antes de entrar a trabajar en el Hospital, se fue a Barbastro no sólo para conocerlo, sino también para ver las viviendas que había ojeado por internet.
Pablo, un amigo suyo, que tenía familia viviendo allí, le orientó un poco sobre la ciudad y su comarca. Le recomendó que antes de entrar a Barbastro, subiera hasta el Monasterio del Pueyo. Desde allí podría admirar Barbastro, una pequeña parte de la comarca y los Pirineos de fondo.
Era un lunes por la mañana del mes de Enero cuando ascendía por la empinada, estrecha y tortuosa carretera que llevaba al Monasterio del Pueyo. La carretera acababa en una pequeña explanada donde aparcó el coche. Se apeó y agarrándose el cuello del chaquetón caminó bordeando la barandilla a la vez que observaba el espléndido paisaje. Se detuvo más o menos donde divisaba Barbastro.
Aunque el sol calentaba su cara, el viento era frío y allí en lo alto, desprotegido se notaba mucho más.
Apoyó sus manos en la fría barandilla de hierro y se detuvo a examinar todo lo que sus ojos llegaban a ver, que era mucho. Ante él sólo había vacío y abajo a los lejos se veían los campos, las carreteras, varias poblaciones, entre ellas Barbastro, y al fondo como una muralla defensiva, las montañas.
El día había amanecido despejado, pero desde allí arriba se podía ver como un pequeño banco de niebla se dirigía para envolver la ciudad de Barbastro.
En esos momentos una sensación extraña le invadió y varios pensamientos ocuparon su mente. Desde allí es fácil sentirse grande aún sabiendo lo pequeños que somos. Desde esa altura uno se podía confiar y sentirse el rey de todo con la capacidad de dominar a quien se pusiera por delante.
Pero realmente él sabía cómo era el ser humano, su experiencia con los enfermos y sus familiares le habían enseñado muchas cosas y había visto muchas y variadas situaciones. Lo malo, es que muchos no se dan cuenta hasta el final de sus vidas que todo ese orgullo y grandeza no sirven para nada. Sí sirve, para envenenar los corazones y las almas de las personas.
Caminó meditativo hacia su coche desterrando esas ideas y centrándose en su nuevo destino.
Ya en su coche se encaminó hacia Barbastro. Recordaba las imágenes que había visto por Internet. Lo poco que había descubierto a través de la red le gustaba. Estaba acostumbrado a correr todo el día, a no tener tiempo para casi nada, a necesitar el coche para ir a cualquier lado, pero estaba seguro que ahora su vida iba a dar un cambio.
Anhelaba ya pasear por su casco histórico, por el centro, por el Coso, por la Plaza del Mercado y visitar su conjunto arquitectónico, todo ello acompañado por la tranquilidad y estaba seguro que también de cordialidad.
“En las ciudades pequeñas, como Barbastro de tan solo unos 17.000 habitantes, la gente debe ser diferente, más cordial, más humana”- pensó mientras entraba a la ciudad cargado de nuevas ilusiones.
Recreas muy bien, señora escritora, los sentimientos ante los cambios que la vida depara y también la percepción de la naturaleza.
Me ha gustado sentir pasar el viento en la explanada y “ver” avanzar la niebla…
Un cordial saludo, Luisa.
Precioso relato. Casi siento que estoy allí 😀
Luisa , qué bueno que la gente que venga a trabajar y vivir en Barbastro sientan la reflexión que haces al final de tu escrito . Pero esta ciudad se puede hacer acogedora sólo por el esfuerzo integrador de los que la habitamos . Si somos generosos y abiertos hacemos mucho por abrir esta bella y tranquila ciudad a quien venga . Estoy convencido de que así es .Esta primavera pasada conocí a una pareja joven que venía de Barcelona para pasar un tiempo en Barbastro . La afinidad de nuestras aficiones y unas cuantas cenas compartiendo experiencias y recuerdos te aseguro que han hecho a esta pareja sentirse tán unidos al territorio que todavía nos acompañan . No dejan de decirme que se sienten bien acogidos aquí . Además , con los rincones que tanto te gusta describir y ensalzar en tus escritos es normal que se sumen al calor humano de todos los barbastrenses para “atar” a estos nuevos barbastrenses que desde luego , nunca serán apodados “forasterets”, como tristemente se les denomina en ciudades de esta provincia no muy lejanas del Somontano .
Hola Aurea Vicenta:
Gracias por tus palabras.
Ante un cambio siempre tenemos dos opciones, tomarlo bien o mal, es nuestra opción, pero pienso que si la actitud es posítiva siempre ganaremos más.
Por eso este relato, porque siempre hay un lado positivo en las cosas que nos suceden
Besos y abrazos
Luisa Fernanda
Hola Miriam
Gracias por tu visita y por tus palabras.
Me alegro que mi relato te haya gustado y hayas sentido la sensación de ser transportada.
Besos y abrazos
Luisa Fernanda
Hola Pedro
Bueno no solo la gente que vive tiene que abrirse, también los que llegan tienen que intentar integrarse. No solo depende de uno, las relaciones son cosa de dos o más.
Gracias por tus palabras
Besos y abrazos
Luisa Fernanda