Holgazaneaba en la cama sintiéndose feliz por tener fiesta aquel año para la ansiada feria de la Candelera. Así podíaReparto de candelas y caretas. Foto: S.E. disfrutar como a ella le gustaba ya que debido a su trabajo a turnos en la residencia de ancianos, donde trabajaba desde hacía ya 15 años, no siempre podía hacerlo. Aquella noche, como le pasaba algún que otro año, había tenido dificultad para conciliar el sueño y dormir con tranquilidad. La ilusión y el nerviosismo por poder disfrutar de ese día, se lo había impedido.

Se levantó de un salto y, mientras levantaba la persiana de su ventana para ver el tiempo que hacía, dijo con alegría:

DPH

-¡Por fin es de 2 febrero, la feria de la Candelera!

Los rayos del sol se colaban por los edificios y un cielo limpio de nubes presagiaba una buena jornada. Abrió la ventana y se estiró un poco hacia la calle, para respirar el frío de la mañana. La cerró alegrándose de que la climatología fuera benévola con ellos, con los barbastrenses, ya que una feria con agua no es una feria. Lo normal era sol y frío, mucho frío, ¡ya que el mes de febrero era así!

Ella, como buena barbastrense, se sentía orgullosa de poder disfrutar de esa feria tan antigua y que año tras año había ido creciendo, ocupando las principales vías de su pequeña ciudad. Para Pili y los habitantes de Barbastro no solo era una feria más, era la feria donde cientos de personas de la comarca acudían a comprar y recoger su esperada candela y careta, símbolo de la feria desde casi su creación.

Cuando era niña, en el colegio, tuvo que hacer un trabajo sobre el origen de la feria de la Candelera y desde entonces no ha olvidado por qué tienen el privilegio de tenerla: Era en el año 1513 cuando Germana de Foix, esposa de Fernando el Católico, otorgó al pueblo el privilegio de realizar la feria.

Pili recordaba cómo se sorprendió, cuando descubrió que, al principio, era simplemente una pequeña feria de intercambio y transacción comercial entorno a la Candelera, nada que ver con la que ella estaba acostumbrada a ver.

Se aseó y se vistió con rapidez para llegar cuanto antes a la estación de autobuses y comenzar su deambular entre los puestecillos hasta el final. Le gustaba empezar desde allí y recorrer el centro, la plaza Diputación, la avenida Pirineos y la calle Corona de Aragón, donde casi siempre solía dar por terminado su recorrido ferial.

Aunque no poseía tierras donde plantar árboles frutales, le gustaba pasear por sus puestos y observar a la gente que compraba y a sus vendedores. Se asomaba, atraída por los diferentes olores, en los puestos donde vendían productos de alimentación. No le importaban los apretujones que a veces sufría, ni algún que otro pisotón que se llevaba, la feria siempre valía la pena y siempre mercaba.

No se marchaba de la feria sin pasar por el stand, donde el Grupo Tradiciones ataviados con los trajes tradicionales, repartía a niños y mayores candelas bendecidas y caretas, como anuncio que pronto llegaría el carnaval. Se dejaba llevar por los diferentes puestos de artesanía y allí pasaba un largo rato observando las maravillas que aquellas manos, que venían de diferentes puntos de la geografía española, creaban. No podía evitar sonreír, cuando algún comerciante “a grito pelao” ofrecía su mercancía, que normalmente solía ser ropa o calzado.

Aunque los demás puestos de la feria no llamaran su atención, le gustaba recorrerlos todos. Para ella era un placer más que le daba su granito de felicidad.

La feria se acababa después de comer o incluso algún año se alargaba hasta las cinco de la tarde, pero ella a la hora de comer, daba por terminado su día de feria. La mañana era realmente agotadora, aunque disfrutaba de ella, ya que a veces deambular por los puestos era toda una odisea.

Siempre que abandonaba la feria para volver a su casa, se alegraba de poder seguir disfrutando año tras año, con más o menos tiempo, de la misma. Le encantaba que su pequeña ciudad conservara esta pequeña fiesta tradicional y otras muchas más.

Caminaba pensando que esa tradición es parte de la cultura de su tierra y también una seña de identidad, que a veces el pasado nos marca lo que seremos en el futuro y para ella, respetar y mantener las tradiciones, era honrar a sus antepasados y amar la tierra donde uno vivía.

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