Julia cerró con energía la puerta de su casa con la única idea en la cabeza de ir hasta la Plaza Julieta. Era una necesidadPlaza Julieta.imperiosa. Hacía más de un año que no se acercaba allí, pero esta vez sentía el apremio de subir. Quería respuestas y pensaba que ese era el único sitio donde podía hallarlas.

Caminaba con paso ligero sintiendo el viento en su cara. Miró hacia arriba, los nubarrones presagiaban tormenta, pero ahora eso le daba igual, tan solo exigía simples contestaciones a tantas y tantas preguntas que se habían ido formulando en su cabeza y que parecían jugar con ella y escabullirse.

Se adentró en la Plaza y se paró. Miró a su alrededor sin encontrar lo que buscaba. Comenzó a caminar de nuevo fijando la vista en las losetas de piedra que tenia por delante. Apoyaba los pies y cada punta de las losetas que, con el paso del tiempo se habían levantado, se clavaba en sus plantas sintiendo un miserable dolor de engaño y frustración. Sus pasos la llevaron hasta el final de la Plaza. Se dio la vuelta y contempló todo lo que la arropaba. Todo le parecía tan distinto… Sus ojos no veían lo que hacía un año habían visto. Esa imagen solo estaba en su retina, pero los sucesos pasados hacían que le viera con cierta distancia, creyendo que todo había sido un sueño.

“¿Dónde habían ido a parar tantas palabras cargadas de ilusiones?, ¿dónde estaban todas las promesas que él juraba?” pensaba mientras sus ojos tristes buscaban la pequeña fuente que fue testigo de aquella maravillosa declaración de amor un año atrás.

Recordaba con amargura aquel beso posesivo con el que sellaron su compromiso de amor y su futura unión. Aquel pequeño y usual gesto fue tan diferente y a la vez fue una advertencia que para ella no pasó desapercibida pero tampoco hizo nada para decir no. Ahora sabía que aquel beso tan solo sería el preludio de un falso amor que ella no quiso ver o no supo reconocer.

Miraba los contornos que la arropaban esperando respuestas, pero estas no llegaban. Miró los pequeños surcos que trazaban el pavimento de la Plaza y notó como ellos se clavaban en su alma arañando sus dulces recuerdos. Todo había sido mentira. Sabía que todo había sido una farsa, que tras esas embaucadoras palabras se escondía un ser frío y calculador.

No sabía que le dolía más, sí su dura indiferencia, su fiera posesión de su cuerpo, su fría actitud o descubrir en él una doble personalidad.

“¿Cómo había podido estar tan ciega? Se reprochaba una y otra vez mientras las lágrimas corrían por sus blancas mejillas desojando la rabia que día tras día había crecido en su interior.

Él era así, cruel, frío y calculador con ella, con la mujer que le amaba, pero atento, cordial y amable con los extraños. Le resultaba increíble e inconcebible que una persona se comportara de esa manera, pero tal vez no fuera un comportamiento, tal vez simplemente fuera así… un ser frío, sin sentimientos, ni corazón.

El viento había desordenado sus mechones formando figuras dantescas en el aire. El cielo totalmente encapotado había oscurecido la tarde. El ambiente se tornó hostil, esa oscuridad agudizaban su marcada tristeza.

Sólo había un camino, pero conociéndole no sería nada fácil. Pero en esta dura batalla o ganaba ella o él. Respiró la humedad del ambiente. Las gotas gordas de agua que comenzaron a caer mojaron su cara. Estaba mirando hacía arriba dejándose empapar por aquel líquido que para ella era rejuvenecedor.

“Después de la tormenta siempre viene la calma. Pero para que haya calma tengo que pasar por la tormenta “, pensó mientras se empapaba decidida a luchar por recuperar su libertad.

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