El Club Montisonense, animado por esta iniciativa, programó la actividad para el mes de octubre y así aprovechar el colorido otoñal para disfrutar más todavía de la caminata. A la cita acudimos un numeroso grupo de 27 senderistas, que llenamos casi por completo un autocar de tamaño pequeño el cual nos dejaría a buena hora en el pueblo de Fanlo. Lo primero que hicimos fue desayunar, pues la caminata es larga y conviene ir preparados desde el principio.
Suponemos que éste es el motivo de la importancia de esta auténtica selva. El sendero es muy sinuoso debido a la innumerable cantidad de pequeños barrancos que atravesamos, y que de algún modo ofrece constantes caras unas más soleadas y otras más umbrías. De esta manera, cada rincón es el ideal para una determinada especie, que por cierto alcanzan un gran porte, como el gigantesco y centenario roble que hallamos al lado del camino y que inevitablemente fue el lugar elegido para hacernos la foto. Es tan grande que sobre él pudimos ver que han crecido un fresno y un acebo. ¡Sin duda es el roble más grande que conocemos!
A continuación entraremos en un hayedo repleto de colores, fue el momento más dulce ya que a todos nos encanta pisar la hojarasca mientras el cielo está “pintado” de colorines. Rojizos, marrones, amarillos y verdes claros son las tonalides más frecuentes. Una fantástica manera de darle la bienvenida a un otoño que parece no querer llegar, pues todo el trayecto andamos en manga corta.
El último trecho hasta Buesa atravesará un par de barrancos en los cuales el agua corre divertidamente, en el último de los cuales hay un rincón de gigantescos abetos. Ya solo queda andar cómodamente por un interminable robledal hasta alcanzar nuestro destino, el pueblo de Buesa donde nos esperaba el autocar.
En resumen ha sido una cálida jornada en la que hemos disfrutado y conocido un ambiente de bosque cual no habíamos visto desde hacía mucho tiempo. Todo ello aderezado de buen ambiente y compañía, que favorecen estas andadas tan bonitas.