Es difícil resumir en pocas palabras algo tan importante y profundo como el aprendizaje de los niños, cuando lo hacen de manera diferente a lo convencional por sus características únicas.
En primer lugar, es necesario que la sociedad, la escuela y las propias familias empecemos a hablar no de dificultades, sino de diversidad. Es un cambio de concepto y por lo tanto requiere mirar hacia otro lado, dejarse guiar por otra manera de concebir la educación y la escuela. La palabra dificultad está cargada de connotaciones negativas que no tiene la palabra diversidad. El sentir que somos diferentes, que cada persona es única en sus valores y dones, abriría la conciencia en la escuela, en las familias y en la propia sociedad.
En segundo lugar, los padres/madres se agobian mucho cuando sienten que sus hijos son diferentes, y es que ¡todos somos diferentes! La escuela a lo largo de la historia ya se ha encargado de marcar esas diferencias y está en nuestra mano como docentes, como sociedad, construir una escuela que sea de base, antes que nada, inclusiva. Somos diferentes y esto es algo importante que necesitamos asumir desde la grandeza de lo que supone ser diferentes, con todo lo constructivo que esto conlleva.
Evidentemente la escuela ha de cambiar. Debemos ir dejando atrás los modelos unidireccionales de enseñanza y concebir el aprendizaje desde una perspectiva multidireccional: todos somos maestros de todos. La escuela ya ha cambiado bastante en los últimos 50 años, aunque aún queda camino por recorrer. Es labor de todos, como comunidad, conseguir un nuevo modelo de enseñanza/aprendizaje, donde todos seamos participes y responsables. Nuestros alumnos nos enseñan a ser mejores maestros y entre ellos también se estimulan a aprender y así, la escuela ayuda a transformar la sociedad y viceversa.
Las grandes revoluciones surgen de las grandes crisis y dificultades. Los grandes genios también se encontraron en la escuela con grandes retos en su integración y eso les permitió fortalecer su sagrada diferencia.
Sería maravilloso poder hacer una escuela de padres donde compartir nuestras inquietudes y completar así la labor, el papel de la escuela en la educación de nuestros hijos. La escuela ha de evolucionar hacia modelos más inclusivos, integradores, donde todos tengamos cabida y donde la palabra dificultad se convierta en algo que es de todos y no de unos pocos; donde la palabra dificultad represente siempre la antesala del éxito.