A su vuelta a casa de los guardiaciviles y policías nacionales que estuvieron en Cataluña los infaustos días de octubre de 2017, algunos hicieron noche en Barbastro, donde tomaron cervezas con unos jóvenes barbastrenses en un bar junto al puente del Portillo, y lo que contaron dejó asombrados a nuestros jóvenes vecinos: el odio desatado contra ellos…, niños que les insultaban con ira…, niñitos usados por sus padres como escudos… Nunca esperaron encontrar ese odio en una parte de España.
Cuando uno de aquellos jóvenes me contó el encuentro de inmediato pensé que al llegar a Jerez de la Frontera, o Sevilla, aquellos jóvenes contarían lo mismo a sus novias, padres, amigos, vecinos… y que ese testimonio tendría muchas consecuencias, sería como ondas que levanta en una charca el lanzamiento de una piedra.
A los pocos meses de aquellos días negros Pedro Sánchez presentó una moción de censura contra el PP por un caso de corrupción (20 millones, frente a los 150 del caso Plaza de Zaragoza del que nadie habla) moción que ganó con el apoyo de los artífices de aquella ira de octubre. Sin duda un contrasentido.
Por esa razón antes de las recientes elecciones andaluzas me preguntaba qué consecuencias tendría en la opinión pública el enloquecido problema catalán y la posterior llegada al poder de Pedro Sánchez apoyado por los autores de esa deriva aberrante y fascistocha. Y la consecuencia ha sido más de un 10% de votos para Vox.
Yo creo que en la reciente historia de España ha habido una serie de acontecimientos que han sido como gigantes brazos de mar que basculan el sentir popular en una u otra dirección. El atentado del 11M fue uno de ellos y sus consecuencias fueron muy profundas. La mayor fue el acceso al poder del iluminado Zapatero, sin experiencia en administrar nada mínimamente complejo, y dotado de unos principios líquidos que a veces se tornaban gaseosos. Sus «convicciones» (como gustaba repetir) fueron el origen del desastre económico que tanto dolor y pobreza dejó entre millones de españoles que habían creído más en Solbes que en Manuel Pizarro. Aquel debate ante la gente lo ganó Solbes porque Pizarro estuvo muy serio, y eso en la tele no gusta y porque a todos nos gusta oír cosas bonitas, a ser posible de color rosa, aunque ahora se lleva más el violeta.
El otro brazo de mar surgió en Cataluña en octubre de 2017 y sus consecuencias intuyo que son enormes. Creo que a partir de entonces España ha cambiado su fondo de armario, porque se atentó contra la dignidad colectiva y el sentimiento español, y ese sentimiento es algo que tenemos, nos guste o no, desde el momento de haber nacido en España. Ser español es como apellidarse García: te guste o no no se puede cambiar. Otra cosa es que te llene de orgullo, pero es algo que nos condiciona.
Inesperadamente ha sido Andalucía donde primero se ha evidenciado el empuje de ese brazo de mar, y supongo que en el resto de España se acusará con igual fuerza en los próximos comicios. La reacción de las televisiones, mayoritariamente progres y condescendientes con el independentismo calatán, ha sido la esperada: demonizar a Vox como fascista; dado que la etiqueta de facha la tienen adjudicada al PP había que buscar otro insulto distinto para Vox. Semanas antes de las elecciones andaluzas la ministra de Justicia al referirse al PP lo calificó de «extrema extrema derecha, y derecha extrema».
Pero los calificativos ocupan en las frases un espacio limitado, como la largura de un mostrador de venta de retales: si compras mucha tela se sale del mostrador y hay que recoger la jarcia para seguir tirando del telar…; eso ha ocurrido con la extrema derecha que cuando se ha quedado corta para Vox ha habido que tildar de fascista. El fascismo, como el comunismo, no se merecen esa ligereza descriptiva porque son terribles.
Alguien dijo que en España hay poco demócrata y mucho antifascista. Y yo creo que incluso muchos antifascistas españoles son semifascistas sin enterarse.
Recuerdo de muy jóven que en la cafetería de san Ramón, alguien calificó al franquismo de fascista y Harry Gómez, furioso y soltando escupitajos por la boca (que hacía muy a menudo) rebatió esa afirmación en una larga y acalorada arenga. Yo no recuerdo las apasionadas razones que adujo Harry pero lo dijo muy convencido, y creo recordar que, entre otras, cosas afirmó que en España nunca hubo culto a Franco como preconiza todo fascismo a su Jefe.
Una característica estética del fascismo es la uniformidad, la grey uniforme, y ahí están los 11 de septiembre de cada año, cuando decenas de miles de catalanes se visten con la misma camiseta amarilla, mismo anagrama, y único mensaje para así sentirse amontonados, diluídos en el grupo: a gusto. El fascismo anula la individualidad de la persona en favor de la idea del Jefe (lo mismo en el comunismo donde el papel de Jefe lo ocupa el Estado) De ahí se deriva que los uniformados se sienten superiores a los desuniformados. Pero esa estética uniformal no la veo en Vox, donde cada uno viste como quiere. En cuanto a su iderario tampoco veo atisbos fascistas. Ni creo que Harry viera tampoco nada. Lo de fascista aplicado a Vox es más un insulto que un calificativo, porque cuando la capacidad de razonar es escasa se acude a la descalificación del adversario y así ahorrarse la pesada tarea de discurrir.
A mi juicio la última afirmación fascista que ha habido en España fue cuando Pablo Iglesias calificó al Senado de «anomalía democrática» (por tener mayoría un partido elegido democráticamente que a Iglesias no le gusta) Hitler llegó a referirse así sobre el parlamento democrático alemán. También en su expresión «jarabe democrático» para definir el acoso a sus contrarios me dejó muy preocupado. Otra manifestación fascista, anterior a la de Iglesias, fue cuando Montilla obligó a que los carteles de los comercios de Cataluña estuvieran rotulados en catalán y subir las multas en caso contrario: uniformidad en el idioma, prohibición de la distinción, falta de libertad en el uso del idioma… típico del fascismo, si bien aplicado por antifascistas. Y otras manifestaciones fascistas pero de tipo doméstico, me refiero a no provenientes de fuerzas políticas, fueron las de varios profesores del instituto de san Andrés de la Barca cuando señalaron a hijos de guardia civiles, con el agravante de ser menores de edad. Pero en este caso, a diferencia de los anteriores, hubo una honrosa reacción de los compañeros de clase (menores de edad) que pidieron respeto a sus compañeros, una lección a sus parafascistas profesores.
También en determinados medios de comunicación, como en La Sexta, ha habido un hecho fascista «pata negra», al ir a Marinaleda cámara en ristre en busca de los 40 votos obtenidos por Vox; el periodista preguntaba a los vecinos quienes pensaban que podrían ser los votantes, y mostraron la fachada de una vivienda donde, presuntamente, vive un votante de Vox. La Sexta, tan progre, tan antifascista señaló al diferente… exactramente como se hizo en Alemania cuando el acceso de Hitler al partido nacional socialista.
Algunos periodistas ignoran que lo de «fascismo» quizás no cuele, como lo de «extrema, extrema derecha extrema» de la ministra y que viene un brazo de mar que no lo contiene la pantalla de la tele. Los maremotos, ahora llamados tsunamis, tienen esas cosas.