La sola palabra ya asusta, hiela y encoge el alma.
En España mucho más; acostumbrados como estamos a esta delincuencia del terror que durante décadas ha arruinado las vidas de muchos inocentes, directa o indirectamente,
Es escucharla y confieso que un escalofrío recorre mi espalda, un súbito estado de alerta se apodera de mis sentidos y un sentimiento de solidaridad y la tristeza invaden mi ánimo.
Emociones estériles. De poco sirven, no devuelven vidas, no sanan enfermos, no solucionan los problemas; si acaso me recuerdan a mí mismo que soy una persona, un ser humano dotado de las capacidades empáticas y solidarias que me diferencian de los autores de esa asquerosa sinrazón a la que llamamos atentado.
De alguna forma hay que llamar al hecho inexplicable de atacar la vida de otros seres sin motivo ni razón, que no la hay cuando se trata de tamaño acto. No la hay.
Durante los dos últimos siglos, esta práctica, muestra clara de lo más abyecto de la naturaleza humana, se ha convertido en la forma en la que mentes perturbadas, alimañas de dudosa condición humana y tontos de todos los pueblos saldan sus cuentas con una sociedad de la que reniegan, que les ha dado todo y que no ha tenido en cuenta sus odiosas intenciones por muy patentes que estas fueran, perdonando, reinsertando e integrando.
Cobardes, estúpidos e imbéciles —en los más justos términos del diccionario— que encuentran en la muerte y la huida su manera de devolver el favor.
Frente a ellos, la sociedad, a la que aquí no cabe otra forma de definir que la víctima en el más amplio sentido de la palabra; la que sufre, la que llora porque un idiota decidió que debía hacer algo que su minúsculo dios o su rancia ideología le dictaban, intenta en vano dar una explicación a lo sucedido, entender, analizar y comprender sin posibilidad de éxito, causas y los motivos.
Después vendrán las culpas y los reproches, tan estériles como equivocados.
Los políticos, las policías, lo que se hizo y lo que se dejó de hacer toman portadas, redes sociales, tertulias y conversaciones en un intento por comprender y explicar unos hechos que, en el fondo, no tienen explicación.
Porque, ¿qué explicación vamos a dar a un acto de alienada maldad que no es capaz de justificar ni quien la comete?
¿A quién vamos a culpar?, ¿nos culpamos todos?, ¿culpamos a sectores, individuos, políticas o circunstancias?
Preguntas sin respuestas porque lo único cierto es que actos de este tipo no obedecen más que a la obstinada obcecación sangrienta de mentes perturbadas; me da igual cómo hablen, que ideales defiendan o a qué dios profesen su fe.
Mentes podridas en manzanas podridas; difícil solución, para quienes se enfrentan con leyes y razones a los que solo entienden de armas e imposiciones.
Pero precisamente esa es otra de las paradojas; frente a la aparente desigualdad de la ley contra la bomba o la furgoneta asesina, el tiempo ha mostrado que, la violencia solo sirve como justificación a una mayor violencia. Es incluso una frase hecha.
Por ello, frente al atentado, no caben justificaciones ni culpas más allá del calentón inicial, muestra inequívoca del latino ineficaz que todos llevamos dentro. No caben reacciones desesperadas que muestren a quienes alientan y patrocinan atentados que están en el camino correcto.
La solución es seguir adelante, superar el hecho sin olvidar lo sucedido, ni a las víctimas ni —por supuesto— a los verdugos, seguir construyendo y manteniendo una sociedad a la que el terrorista odia; superar una sociedad anclada en rencillas estúpidas y problemas de burguesía emocional y baja política que el terrorista sabe aprovechar para atacar, en sus debilidades, a quien tanto debe.
No dejemos que ensoñaciones de paz, prosperidad y buenismo político nos mantengan dormitando mientras el terror avanza, no permitamos que la propaganda interesada nos nuble la vista, seamos críticos, analíticos y colaboradores, nuestra sociedad, cultura y modo de vida están en peligro, pero somos lo suficientemente inteligentes como para vencer al tirano asesino sin usar sus propias armas.
Firmeza en las convicciones.
Defensa a ultranza de nuestros valores.
Unidad e instinto de supervivencia.
Estas son las nuestras.