Cuando el otoño se despide por el Norte ofreciendo paz mientras por Levante se ahogan sin remedio en su gota fría ya nada puede sorprendernos. Es época de cambios y estos episodios climáticos parecen más una revolución desgarrada e imprevisible que los coletazos de cualquier otoño frío y lluvioso de toda la vida.
Por todo el Pirineo ha brillado hoy el Sol, la calma y la tibieza sobre un maremágnum de contrastes como la nieve caída hace dos semanas o las rosadas heladas y blanquecinas a primeras horas de la mañana.
Pero cuando despertaba y se desperezaba este domingo ya había miles de deportistas en liza hacia las cumbres o por el fondo de valles y somontanos.
Montados en bicicletas, ajustando los esquís o pisando fuerte los caminos para espantar el frío hoy cada cual vivía su particular aventura. Aragón es grande y a veces tierra incógnita donde explorar escenarios propicios para abrir los pulmones y acelerar el corazón al sentir cómo el espíritu deportivo se rebela y dirige sus pasos hasta alcanzar objetivos soñados.
Falta una semana para la Navidad y la tradición montañera nos planteaba una mañana de espiritualidad junto al Portal de Belén pero a más de mil metros y en una ermita, la de la Roca de Güell, con más de mil años de historia. En los confines del antiguo Condado de la Ribagorza había una vieja frontera donde castillos y ermitas señalaban la marca entre cristianos y moros. Ya el obispo San Ramón visitó estos parajes camino de Roda justo ahora hace novecientos años y quizá su recuerdo nos empujó al elegir cómo rememorar sus pasos bajo el tozal de Güell.
La cuestión es que entre los miles de deportistas de un domingo prenavideño estábamos hoy una cincuentena de senderistas de Montañeros de Aragón marchando suavemente entre cagigos y carrascas. Poco a poco el sendero se elevaba colgado sobre el valle del Isábena y en frente nos saludaba muy altiva la sierra de Sis o nos recibía resplandeciente y muy blanca la torre de la Catedral de Roda emergiendo poco a poco tras un horizonte de verde oscuro plagado de pinos.
En tan sólo dos horas hemos podido ofrecer con ilusión el objetivo alcanzado nada más cruzar las puertas de la ermita y pronto estaba recogido el grupo en actitud humilde para escuchar no una misa más. Era la mejor misa cantada y el mejor belén ofrecido entre el calor y la amistad de unos montañeros aliviados y reconfortados por la Paz de esta Navidad incipiente.
Serenos villancicos al culminar la celebración y algarabía afuera al brindar con champán o repartir dulces de todas clases. Ha sido una mañana sin descanso y un frenesí de sentimientos. ¿Es que hay otra época mejor para sentirse fraterno y jovial?. Está claro que no, porque en cada tiempo hemos de saber dar a la vida lo que la vida nos pide.
Ya de regreso al autocar emprendíamos un breve trayecto hacia la mesa y mantel de una casa rural de nombre La Colomina y de recuerdo imborrable porque ha sabido dar ese toque de gastronomía natural y casera que llenaba con plenitud los estómagos mientras destrozaba dietas y propósitos para cuidar la línea.
Daba igual; el objetivo de dedicar un domingo para hacer Club y hermanar a los socios estaba largamente cumplimentado y casi dormidos hemos vuelto a Barbastro sabiendo que si empezábamos bien la Navidad entre amigos, la acabaremos seguro muy bien con nuestras familias.
A todos… ¡Feliz Navidad!