En mi despacho hay una estantería repleta de libros de historia de la marina. En realidad, yo de pequeño quería ser marinero. Recuerdo aquella obsesión infantil dibujando barcos y construyendo maquetas de veleros. Mi padre, que siempre estaba trabajando, un día me prometió dedicarme un día entero; le pedí ir a visitar el Museo Marítimo de Barcelona.
Aquella obsesión, como es natural, me condujo a querer ser marino profesional. La vida da giros y no llegué a consumar mi pasión, pero empecé a escribir una novela ambientada en las aventuras náuticas de la España del siglo XVI. Tengo cientos de folios guardados en un archivador de aquella estantería.
Buscando información de ese marino que inspiraba mi novela, fui descubriendo la Historia. Ello me impulsó a cursar la licenciatura de Historia aunque bien es cierto que mantuve coqueteos con la Antropología.
Años después, ambas materias se fusionaron. En una ocasión conocí a un alto cargo del Gobierno de Aragón especializado en patrimonio etnológico y me dijo que yo, en realidad, era un “etno-historiador”. Tras su comentario, me sumergí en las páginas del diccionario para encontrar la definición. Sin darme cuenta me había especializado en aquello, porque en las búsquedas de los archivos me gustaba la forma de vida de las gentes y su forma de trabajar en la antigüedad. A partir de ese momento, el Gobierno de Aragón comenzó a demandar mis servicios que consistían principalmente en la búsqueda de ese tipo de informaciones. Esto me permitió viajar y acceder a numerosa documentación que se albergaba fuera de nuestra comunidad autónoma.
Empecé a publicar documentos y textos relacionados con la historia de Barbastro. En estos siempre introduzco un apartado que cuenta el estilo de vida de las gentes en el pasado. Por ejemplo, en el libro Espacio y comercio en la ciudad de Barbastro descubrí el trabajo de los oficios y los comerciantes de la ciudad, no solamente con los contratos sino con algunas historias de sus vidas. Aunque en El Cruzado Aragonés publiqué jocosos artículos recogidos a partir de juicios de la Edad Moderna conservados en los archivos -todavía recordados por algunos de mis fieles lectores-, también saqué a la luz otros de temática más formal.
Pero la antropología histórica me continuaba apasionando. En la obra Religiosidad y Cofradías: la Semana Santa de Barbastro, comencé a sumergirme en este tema. Me gusta buscar sustratos culturales de las creencias, es decir, a partir de un culto actual, intuir las creencias anteriores. En el libro Feria de la Candelera, una de mis mayores satisfacciones fue descubrir que una persona se disfrazaba de oso en la fiesta de la Candelera, con las implicaciones que ello conllevaba.
Recientemente he publicado un artículo sobre el monasterio de Sijena en el que planteo la hipótesis de la existencia de un posible culto precristiano a la diosa madre, probablemente Astarté y Baal, a partir de los milagros y la leyenda de la aparición de la Virgen.
Pero como la vida es así de caprichosa, también he tenido la dicha de poder participar en la reclamación de los bienes artísticos de nuestra provincia, ayudando al ayuntamiento de Villanueva de Sijena. Desde entonces he realizado varias peritaciones para el juzgado, y desde hace varios años, estoy involucrado en esta gesta. Pronto sacaré a la luz nuevas publicaciones que descubrirán aspectos diferentes de la historia de ese cenobio.
Todo ello ha significado postergar continuamente mi tesis doctoral. Al final, con cincuenta años la terminé. Después de tanto tiempo, fue difícil retomar el campo de la Historia de la Ciencia, en el que en realidad me especialicé en la universidad. Como siempre, a última hora decidí ampliarla geográficamente. Ya no solo trataba de la Real Fábrica de Pólvora de Villafeliche (Zaragoza) sino de las fábricas del imperio español, incluidas las americanas. Mi tesis ha resultado premiada con un galardón internacional de Historia de la Ciencia. Aún no me lo creo, porque estoy completamente desvinculado de la universidad.
Pero no he olvidado mis deseos de escribir una novela sobre el marino del siglo XVI, y me rondan por la cabeza dos o tres proyectos que enlazan con el género picaresco, que me encanta. Veo más difícil escribir sobre la historia de la marina porque me supondría un esfuerzo añadido sumergirme en un área que llevo muchos años sin profundizar. Sin embargo, no descarto retomar la historia de Barbastro y continuar con la antropología histórica en el tema de la búsqueda de cultos precristianos, aunque, como a todo el mundo, me falta uno de los tesoros que no es posible comprar: el tiempo. No le extrañe, querido lector, toparse en próximos números de esta revista con algunos temas de antropología histórica.