Hacía calor. Verano del 77. Vacaciones en los Escolapios. Tenía 12 años. La vida padre, algunos días a la piscina de la Virgen del Llano por el puente colgante. Solíamos ir con Pedro, su hermano, el mío, su madre y la mía. Cuánta energía teníamos, yo salía del agua con los dedos arrugados. Mi abuelo Domingo tenía una fábrica de mangos para dallas, rastrillos, sillas plegables y demás mobiliario. Mi padre, Ramón, se dedicaba a la compra-venta de mueble antiguo principalmente aragonés, y mi madre María Jesús, las tareas del hogar y le encantaba coser pañitos de ganchillo que con gusto regalaba a trochimoche.
¡Qué recuerdos más bonitos para San Ramón!
Íbamos todos los años a Bielsa, un pueblo más arriba de Aínsa, subíamos con el 124 que mi padre acababa de comprar, nos quedábamos una semana en el hotel Pineta. Allí nos acogían como de la familia. La dueña era francesa y tenía un gusto exquisito por la decoración. A pesar de mi corta edad apreciaba aquel lujo: escaleras de mármol, suelos de madera, techos abuhardillados con ventanas, muchos salones desde los que se veía el río súper agreste y salvaje… sin duda era el mejor sitio, por eso nos guardaban plaza todos los años. Ascensor hasta la piscina, el agua helada del deshielo. Los dueños tenían un niño pequeño muy gracioso llamado Lucas, que era como nuestro hijo. Comía con nosotros y cuando íbamos al Parador de Pineta, nos preparaban la comida y nos llevábamos a Lucas.
Por el camino, en aquellos bosques de abedules, arces, tilos, pino silvestre, y arriba en la cima se erige majestuoso como dueño y señor de las alturas el pino negro, que crece hasta los 2400 (por cierto, la madera que más me gusta trabajar), suelo con musgo y helechos, crecían fresas silvestres. Había urogallos y criaba la perdiz blanca. Con unos buenos prismáticos veíamos sarrios y como buenos ebanistas llevábamos un hacha con la que del arbusto del boj hacíamos bastones.
Tomábamos algo en el Parador, desde donde se ve el Monte Perdido y el lago helado de Marboré con su imponente cascada de 200 metros, es allí donde nace el río Cinca. Se activaban los 5 sentidos: la vista, el ruido, un olor característico, agua pura y cristalina, todo era verde, muy verde, parecía mágico. Buscábamos un sitio donde comer lo que nos habían preparado. Lucas era un amor, mi hermano pequeño, creció y siguió bajando a nuestra casa en Barbastro. Sus padres también me invitaron a mí un verano en su hotel.
Así pasábamos los días
Otro día a Saint Lary, al lago Urdiceto, que subimos con el coche, y aquellas terracitas que había en la plaza donde tomábamos vermú. Parece que tengo en el paladar el sabor a aquella tarta de bizcocho borracha de naranja con nata que ellos mismos preparaban, la mejor que he probado. ¡Qué recuerdos! Yo me llevaba unos nunchakus, dos palos redondos unidos por una cadena, y seguía los pasos de Bruce Lee, mi ídolo de juventud, que murió joven y dejó cuatro películas que vi hasta la saciedad.
Llegaba la hora de volver a nuestra ciudad, había ganas de ver a los amigos. Mi abuelo liquidaba la cuenta y para casa. Ya en Barbastro, no quedaba tiempo para aburrirse. Recuerdo que cuando mi padre salía del taller, me llevaba en una Ducati de cuatro tiempos, que era un lujo para la época. Me montaba delante en el depósito y yo ponía las manos en el manillar. ¡Qué gozada! Él ganó una carrera en La Fueva, de donde era, y le cantaron una canción: “Actividad en la curva, velocidad en la recta, han confirmado a Ramón, campeón con la Montesa”.
Teníamos una finca donde un pastor, por apacentar sus corderos, nos regaló uno pequeño. Lo crié yo con biberones, lo llevaba a los Escolapios con una cuerdecita. ¡Qué lindo! Lo amaba. Un día al salir del cole y entrar en el garaje me lo encontré colgado del techo sin cabeza y lo estaba desollando mi padre ¡qué hartada de llorar! Bueno, era su destino.
La Navidad era algo entrañable
Todavía guardo el belén que mi madre montaba. Los Reyes eran generosos, nos traían todo lo que pedíamos. La Noche Buena, cardo con bacalao y tortilla de pan con salsa de almendras y cordero al horno, turrón con almendras de nuestra propia finca. Venían muchos amigos y primos a jugar y visitarnos, siempre teníamos algún invitado.
Los cumpleaños eran un día muy especial: Coca-Cola de litro en botella de cristal (era droga) y olivas rellenas que se te clavaban las espinas de la anchoa en el paladar (ahora son sintéticas).
Recuerdo una tiendecita que había en la calle de Artero, regentada por una señora, que cambiaban tebeos del Jabato, Capitán Trueno… ¡Qué gozada! Nos encantaba leerlos al acostarnos con mi hermano, también leía libros de Los Cinco, de aventuras de Tom Sawyer y de Agatha Christie.
Otro verano fuimos a Segur de Calafell, donde un hermano de mi padre tenía un chalet. Al llegar vi en el garaje una Montesa Cota 25. Me quedé de piedra, era preciosa. Al día siguiente llegó uno de los mejores días de mi vida: me dejaron dar una vuelta. ¡Qué sensación! Me encantaba la moto. Años después tuve varias Montesa Cota 348 con las que me inicié en el mundo del trial corriendo el campeonato aragonés y ganando el trial de Arguís. Cuando tu padre disfruta mucho con algo y tú lo notas, te lo transmite. Ese aprendizaje marcará tu vida para siempre. Así fue que he tenido cerca de 30 motos, de las cuales había muchas que eran las mejores del mundo.
A diario solía ir por el taller, a veces encendía máquinas y tiraba palos contra la cinta de la lijadora y se partían; mi abuelo que me quería matar y yo saltaba por la ventana hacia el río. Era muy malo, y todavía lo soy. Con su fallecimiento se vendieron todas las máquinas, me dio mucha pena.
Un día fui y abrí un armario donde él guardaba sus cepillos, garlopa (con g, no con f), serrucho, gramiles y un sinfín de herramientas a las que no había prestado atención, pero que estaban bien cuidadas: eso dice mucho de la persona que los empleó. Mi padre había llenado el taller de Gepetto, como dice mi amiga Rosana, de antigüedades. Me gustaban aquellos muebles, sus proporciones, formas y diseños, todos hechos con herramientas de mano. Mientras todos los ebanistas miraban al futuro y se modernizaban comprando máquinas modernas, yo fui al revés, quise retroceder en el tiempo hasta la primera dinastía egipcia.
Ellos, en los sarcófagos que solían ser de un bloque de granito, pero también los había de madera que todavía se conservan en el museo del Cairo, ya habían descubierto el ensamblaje a cola de milano. Decidí intentar hacer una caja rectangular unida por las testas y a cola de milano, con la dificultad añadida de que las tablas tenían diferentes grosores, y saqué el proyecto adelante. Serrucho, formón, gramil, falsa escuadra, maza de madera y flexómetro. Le puse unas patas, una cerradura de forja y un tape con unos cierres imposibles, con todos sus herrajes de fragua. La envejecí y le di cera. Salió un arca pequeña muy bonita, se vendió en 12.000 pesetas. Me puse muy contento, había aprendido, me había divertido y finalmente gané dinero.
Tal vez me haya alejado un poco de la infancia, pero son importantes los valores y las cosas que ves de pequeño, sobre todo tu padre y el legado del abuelo. Desde aquí les doy las gracias por todo lo que me enseñaron y las veces que me perdonaron.
Debido a mi enfermedad, siempre fui el ojito derecho de mi padre; como en la peli “Salvar al soldado Rayan”, había que salvarme a mí, mi hermano nunca dio ningún problema y yo los di todos juntos. Gracias de nuevo, padre, por todas las veces que me salvaste de la muerte; y a ti, mamá.
El señor Lanao, ebanista de reconocido prestigio en la ciudad y amigo de mi abuelo, pasó a visitarme por el taller después de su fallecimiento y vio algo que yo estaba haciendo. Él me dijo: “Domingo, tu abuelo era el mejor ebanista de Barbastro. También era un gran señor y una excelente persona”. Con el paso del tiempo ha seguido viniendo a ver mis obras, y siempre me dice lo mismo: “Domingo, si tu abuelo te viera por un agujero, ahora has cogido su relevo y tú eres el mejor”. No lo creo, pero viniendo de usted la verdad que me siento halagado.
Si pones entusiasmo en aprender algo que te gusta y lo haces con amor, nunca trabajarás. No pienses en el dinero, ésa es una recompensa que vendrá después. Tal como está el panorama, no sé si felicitar o mejor desearos suerte. Todos la vamos a necesitar.
Un abrazo a mis hermanos valencianos.
P.D. El título de este relato, Velha Infancia, es una canción de unos músicos brasileños que se juntaron y formaron el grupo Tribalistas (tendencia a sentirse muy ligado al grupo de gente al que se pertenece y a ignorar al resto de la sociedad). Una compañera brasileña me escribió una carta con la letra de la canción:
Eu gosto de você
Me gustas
E gosto de ficar com você
Y me gusta estar contigo
Meu riso é tão feliz contigo
Mi risa es tan feliz contigo
O meu melhor amigo é o meu amor
Mi mejor amigo es mi amor
A continuación otro Cuento de Navidad de Tana Domingo Sánchez