Actualmente, tengo tiempo para profundizar en cuestiones que antes no había contemplado porque las rutinas del día a día no me lo permitían. En este momento, quiero cerrar los ojos y dar rienda suelta a la imaginación. Creo que la escritura me está ayudando a soñar, o yo la he convertido en un medio para imaginar de forma placentera cosas que pueden o no suceder y que existen en la mente.
Así que, por qué no salir a ratos de esa cotidianidad que nos ha transformado en seres monótonos. Me sorprende la facilidad que tienen los niños para convertir ciertos objetos en otros; por ejemplo, una caja puede ser caja, moto y barco a la vez.
Creo que, igual que ellos, podemos descubrir esa creatividad que está en nosotros y que desde temprana edad sigue dormida en un rincón de nuestra cabeza.
Quiero remitirme a una gran escritora estadounidense, Emily Dickinson, nacida en la primera mitad del siglo XIX. Ella pasó su vida prácticamente alejada de todo mientras cuidaba a su madre enferma. La casa fue el principio y el final, embarcándose en su propia mente para habitar el mundo. Pudo atravesar la vida gracias a su imaginación y a sus palabras.
También las hermanas Brontë reflejaron en sus novelas pasiones atemporales, fruto de la imaginación de mujeres que no tuvieron la oportunidad de vivir esos romances en primera persona. Sin apenas salir de su pueblo natal, las hermanas fueron capaces de componer narraciones extraordinarias acerca de las experiencias humanas.
Siguiendo con escritoras y acercándome a nuestro tiempo, dejo esta cita de Carmen Martín Gaite: “Porque las cosas y las personas que solo se han visto con los ojos de la imaginación pueden seguir viviendo y siendo iguales, aunque desaparezcan en la realidad.”