Así desaparecen cosas importantes en nuestras vidas. No digo que ésta lo sea. Aunque estoy seguro que habrá pasado inadvertida. En este suceso ha sido un buzón de correos; hace unos días unos árboles tronchados por cualquier motivo, farolas que dejan de lucir y así permanecen días, semanas… Un buzón amarillo de los de Correos, que hasta antes de ayer permanecía erguido, regordete, en el extremo de la acera al lado del Cortés, ha desaparecido a la francesa, sin aviso. Con descaro lo han arrancado del asfalto y ocultado enseguida en la trasera de una furgoneta desconocida. Después de comer, cuando menos personal circula por la calle, el empleado anónimo de una subcontrata, con una dirección escrita en traza cuasi ilegible en un trozo de papel, descarga displicente sus herramientas, observa el anclaje que sujeta el buzón al pavimento, lo desencaja y abrazado al mismo, lo desplaza y deposita en la caja de la furgoneta blanca. Enfrente, en una ventana de un edificio lleno de ventanas y pisos y dependencias, delante de unos visillos una señora observa las maniobras precisas del operario, también me observa a mí, el peatón insolente que se para unos segundos para robar unas imágenes tomadas con rapidez. Ahora la alevosía y la nocturnidad se trasladan al medio día, después de comer. Uno va por la calle, después del telediario – del parte diario- con grilletes virtuales, acongojado, sin esperanza y cansado. Con lento caminar, cabizbajo, vista perdida o- si llevas gafas, como es mi caso- ciego. Descreído y escéptico.