Una mesa bajo la fresca sombra de un árbol, con su mantel de gruesa tela colorida, espera lista para disfrutar de la primera comida estival: gazpacho bien frío, tortilla de patatas, pimientos fritos con algo de sal gorda por encima, jamón y pan de hogaza es el menú sencillo y delicioso. El árbol agita las ramas, con sus brotes nuevos de un verde más intenso que los otros, en las que ya hubo frutos: el verano se acaba de estrenar.
Así, con una comida bajo el longevo enebro, el “sabinius sabinianus” de más de quinientos años de Sabiñán (Zaragoza), quiero imaginarme yo la celebración de San Juan en el pueblo aragonés que, además de un árbol singular, disfruta de las historias y leyendas en torno al Torreón de las Encantadas, del que, cuentan, cada noche de San Juan salen las tres doncellas allí cautivas, aquejadas y muertas de mal de amores, pues se trasmutan en palomas para recuperar su libertad y volar hacia sus enamorados, también muertos .
Los romances y leyendas sobre esta mágica noche son innumerables, pero este es uno de los más bonitos y tristes que conozco y que le debo a mi amiga Pilar, que allí cuida sus árboles y casa. La comida comunal que yo imagino bajo la sombra del árbol imponente no ha podido celebrarse este año, pero Pilar sí que ha logrado, al fin, acudir a su huerto y a su casa. La pandemia nos ha dejado huérfanos de fiestas, de romances y de leyendas, y a algunos además huérfanos de los seres queridos… Pero el árbol de Sabiñán, que cuenta con alrededor de medio milenio de edad, seguirá dando una sombra cuyo único sentido es albergar a la comunidad que lo ha cuidado. Porque el enebro es la casa común de ese pueblo, al que Las Encantadas vuelan como palomas cada nuevo verano, y ya sabemos que es de gentes prudentes guardar la casa propia, pero un pueblo sensato, antes que nada, sabe que ha de cuidar lo comunal. El común árbol, la casa donde anidan las leyendas comunes.