Mi paisano Diego Ballesteros me ha dedicado un ejemplar de su libro del viaje a China en bicicleta. La amistad con su famila, personificada en los tres Alejandros -su abuelo paterno, su padre y su hermano-, data de mucho tiempo y, sin embargo -lo que son las cosas-, mi relación con Diego se incia precisamente con la lectura de este libro, que catalogo como de «testimonio y reportaje».
Su extensión no ha sido óbice para leerlo casi de un tirón ya que mantiene la atención del lector, lo que evidencia las dotes de buen comunicador que concurren en él. Y a cada vuelta de las páginas de Diego he echado a faltar que en la niñez no le inculcaran a uno algo de espíritu aventurero que te incitara -y más con el poco tráfico de aquél entonces- a montar en la bici -la que me proporcionó el coleccionar los cromos de futbolistas que salían en las tabletas de chocolate de «Acín»- y salir pedaleando a conocer los parajes del entorno, a no muchos kilómetros del encierro estudiantil.
Pues bien, Diego. Como esperabas, me ha gustado tu libro. Y lo proclamo aquí, para general conocimiento, porque tiende a introducir los valores del esfuerzo y del sacrificio al logro de una meta en la juventud de hoy. Tengo la certidumbre de que «el efecto Ballesteros»-como lo ha definido con acierto el buenazo de Pedrito Solana- calará entre los que lean tu libro, sobre todo en los más jóvenes. ¿Por qué? Pues, de un lado, porque no has reparado en descender a contar pormenorizadamente los más insignificantes detalles de esa experiencia que ha marcado tu vida y que constituye todo un ejemplo de temperamento y constancia a imitar, y, de otro, porque, como buen docente, has evitado cuidadosamente toda apariencia didáctica que pudiera provocar rechazo. Sin olvidar, claro está, la ilustración de esos dibujos y esas fotografías, que tanto dicen a la imaginación y al sentimiento.
Un libro que contribuye, sin el más leve atisbo de duda, a seguir avanzando, con propósitos definitivos, en el loable empeño de persuadir a la juventud que sube, depositaria de la esperanza del mañana, de la verdad profunda que encierra ese dicho popular al que Diego alude en su dedicatoria: «¡querer es poder!»