Desde décadas y años, los comerciantes y alguno de los vecinos de la plaza del mercado y calles aledañas, venimos empeñados en mantener la capilla de Santa Ana como si fuera parte de nuestro patrimonio particular, como si fuera parte de nuestros negocios o casas, en perfecto estado de revista. Dando los últimos retoques en la fachada, obcecados en conseguir la excelencia, acicalando hasta en lo más recóndito esta pequeña capilla, ha dicho el Hermano Mayor –Felipe Salinas Sallán- que en breve la inauguraremos, haremos una presentación oficial, con discurso y vino del Somontano. Definitivamente esta capilla, pequeña, abierta al paseante, a los visitantes, a los turistas nos ha cautivado. El limosnero es buen testigo del agrado que produce. Gran parte de la financiación de las obras que sehan prolongado durante una década, con mayor o menor intensidad, ha llegado de ese goteo de pequeñas aportaciones; salvo el pavimento, que aprovechando la reurbanización de la plaza del Mercado y a petición de la malograda Asociación de Comerciantes de Barbastro –sin actividad desde hace muchos tiempos, para alivio de algunos, que aglutinaba a un buen número de comerciantes del centro de la ciudad- decíamos que fue subvencionado por el Ayuntamiento de turno -en la prolongada época “pesoriana”-. Es un lugar de meditación, recogimiento u oración de minuto, como se despacha un kilo de melocotones en esa plaza, una visita enhiesta y rápida. Tan pronto nos parece: una oficina, un salón, un cuarto de estar, un pequeño lugar donde exhibimos nuestras mejores piezas- algunas en depósito, pertenecientes al Museo Diocesano Barbastro Monzón– Un rincón apacible en medio del trajín de los días de mercado.
La actual cofradía de Santa Ana, erigida en el 2010, tomó el relevo a otras anteriores del XIX; se cree – con fundamento- que la primera partió de la iniciativa y financiación de Félix Valón, barón de Mora. La familia Valón está emparentada con la de los Sambeat, por línea materna. La restauración del retablo correó a cargo del taller de restauración del Centro Cultural Entrearcos, regida entonces por Rosario de Juan. Paz Abadias, Elena Vizcarro y Maite Royo subidas a un andamio y muertas de frio o de calor- según la estación-, lo hicieron (virtual: mil horas de trabajo minucioso).