Pero el tema es más amplío y está siendo objeto de debate en una sociedad que, por suerte, puede debatir sobre temas alejados de la mera supervivencia. El uso del espacio público define la relación de los individuos con su entorno y con los demás. Esto, que es una obviedad, adquiere categoría de desprecio en algunas ocasiones. Lo definía Manuel Vilas perfectamente el pasado sábado:
“ […] Estaba asistiendo al robo del espacio público por parte de unos españoles maleducados, zafios e incluso crueles. Porque la mala educación en España es crueldad hacia el otro. Me quejé y se rieron. No entendieron que me quejase. No eran culpables de su mala educación porque no eran conscientes de que un vagón de tren es un espacio de todos. No me veían. Ni veían al resto del pasaje. Solo existían ellos en el mundo. Ellos y su crueldad hacia nosotros. No eran mala gente. Eran el eterno retorno de aquella España que nunca se fue del todo. Sentí nostalgia, incluso una negra nostalgia de mí mismo, porque de allí vengo.”
Es, en esencia, eso: la incapacidad de algunos por comprender que un cine es un espacio de todos donde la única luz debe ser la del proyector (abstenerse también importantérrimos homo móviles) y el único sonido el de los altavoces.
Fdo.: a.l.r.