Ha amanecido el día ventoso, la borrasca que se ha adentrado en centro Europa atrae los vientos de la alta presión que se ha instalado en el Atlántico. Se ha vuelto a producir la situación típica de estas fechas, vientos del Noroeste. Es la ocasión para la fertilización del avellano.
El avellano no es frecuente en el Somontano, más bien es raro. Lo vemos crecer salvaje y en abundancia en las orlas templadas de los bosques de montaña, pero aquí en el llano es otra cosa. Algunos aislados ejemplares encontramos en la orilla del río Vero, entre Barbastro y Castillazuelo. Son individuos bastante jóvenes, quizá llegados hasta aquí atraídos por el microclima que el río produce en vaguadas frescas y bien irrigadas, o quizá sean reliquias de otros tiempos. Río arriba, en el camino ras Vals, ya cerca de Pozán, recias varas de avellano crecen formando apretados y vistosos racimos. Quién sabe si en esta ocasión la mano del hombre está detrás de esta inusual concentraciónde avellanos.
Ahora, a mediados de enero vemos colgar los amentos masculinos, racimos donde apretadas escamas protegen los estambres. Con el viento del norte, los amentos se agitan, las escamas se abren allí donde los estambres ya están maduros y el polen queda suspendido en el aire. El azar y la abundancia del polen harán posible que éste tropiece con las pequeñísimas flores femeninas.
Localizar las flores femeninas es un poco más laborioso, ya que se esconden junto a las yemas, apenas miden medio centímetro y sólo asoman los estigmas de color escarlata.
Las brácteas que rodean la flor son pequeñas, escamosas, sólo cuando la flor sea fecundada estas brácteas se desarrollarán y formarán las vistosas escamas de largas fimbrias que rodean el fruto, la sabrosa avellana.
La recolección de los frutos no es la única utilidad del avellano ya que siempre han sido bien apreciadas las largas y rectas varas del avellano. En el entorno pastoril, los largos cayados de pastor acostumbraban ser de avellano, a veces rematado con una pieza metálica curva, ideal para trabar la pata de la oveja rebelde.
De avellano son las varas empleadas para varear el olivo y el almendro.
En el antiguo oficio de colchonero, en esta tierra denominado bareador, la lana era vareada con palos de avellano, así se separaban las fibras de lana y se devolvía al colchón blandura y comodidad.
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