El nacimiento del genio aragonés Francisco de Goya y Lucientes en Fuendetodos, provincia de Zaragoza en 1746, dejó una huella indeleble en el memoria de todos los aragoneses.
¿Y en el cine?
Se calculan en más de doscientos cuarenta, los documentales, películas y series que se han realizado sobre el famoso pintor. Pero llama la atención, como un hombre de su valía y repercusión en la vida cultural y política de su época, hasta el punto de ser reconocido en vida como el pintor que representaba la gloria de España en general y de los Borbones en particular, murió en Burdeos, tan lejos de su querida patria, lo que nos hace pensar en las terribles circunstancias que le llevaron hasta allí.
El cine se ha ocupado en dos ocasiones de acercarse a ese periodo oscuro de su historia. El primero fue su compatriota, el también aragonés Carlos Saura, en Goya en Burdeos (1999) y posteriormente y con mayor interés, Milos Forman en Los Fantasmas de Goya (2006).
Carlos Saura
Carlos Saura (1932-2023, fotógrafo además de cineasta, tiene un comienzo realmente espectacular en el mundo del cine en sus primeros años, en los que nos ofrece obras maestras como La Caza (1966) excepcional retrato del tardofranquismo, seguida de un periodo extraordinario en el que refleja perfectamente ese ambiente, con un conjunto de obras magníficas desde Peppermint Frappé (1967), Ana y los lobos (1973) y especialmente Cria Cuervos (1976) y Elisa vida mía (1977).
Pero con la llegada de la democracia, extrañamente con mayor libertad de expresión, va perdiendo vigor narrativo y capacidad de evocación para recrear un mundo complejo, nuevo y sugerente que empieza a nacer, y quizá por ello se dedica a rodar unos magníficos musicales en torno a diferentes géneros del folclore español.
Empezando por Sevillanas (1992), Flamenco (1995), que luego amplia a nivel internacional con Tango (1998), Salomé (2002), Iberia (2005), Fados (2007), Flamenco, Flamenco (2010), Zonda, folclore argentino (2015), hasta que como él solía contar, los propios aragoneses le recriminan que no haya dedicado ninguna de sus obras a uno de los géneros musicales mas valorados del folclore en el mundo, la Jota de Aragón, ausencia que soluciona en Jota de Saura (2016), extraordinaria realización que consigue ir más allá de los tópicos, mostrando una Jota regenerada, manteniendo los altos niveles técnicos y de calidad de la fotografía que había mostrado en toda la serie.
Si algo caracteriza a todas estas películas, es que mientras en las anteriores contaba en muchas ocasiones con grandes guionistas como colaboradores, debiendo destacar a Rafael Azcona presente en muchas de ellas, en estas películas musicales él es el único guionista. Entremedias, rueda algunas obras que tienen interés de partida por los temas tratados, pero en las que no acaba de conseguir ese especial sentimiento que tenían las de su primera época. Y que están lejos de reflejar con la maestría y perfección a la que nos tenia acostumbrados, la complejidad de los temas y del periodo que retrata.
Goya en Burdeos
Una de esas películas, es precisamente el acercamiento a ese extraño final del genial pintor aragonés que mencionábamos antes, Goya en Burdeos (1999), dedicada a su hermano y también pintor, Antonio Saura (1930-1998), muerto el año anterior, ya que ambos eran grandes admiradores de Goya.
Con un tratamiento de tono surrealista y onírico, que puede en algún caso alejar al espectador, se centra en el periodo final de su vida desde donde empieza a recordar en compañía de su hija Rosarito y de su muy joven amante Leocadia. Interpreta al pintor en su vejez, un siempre excelso Paco Rabal, va recordando las diferentes vicisitudes de su larga y compleja vida, en las que como decimos con un tratamiento onírico, se apoya en el director de fotografía Vittorio Storaro, quien por entonces disfrutaba del merecido reconocimiento por su excepcional trabajo en etapas anteriores.
Pero Saura, decide experimentar en exceso, con ese mundo de luces extrañas y personajes fantasmales, en el cual el anciano pintor se pierde en alucinaciones y recuerdos, o se alumbraba con velas en su sombrero para pintar por las noches, o recuerda entre nubes su vida en la corte. Trata de explicar los múltiples problemas de toda clase que le acechaban, pero acaba convirtiéndose en un ejercicio de virtuosismo efectista, de un barroquismo afectado, en los que Storaro nos muestra una y otra vez, su capacidad para iluminar escenas únicamente con la luz de las velas o a través de paredes transparentes, lo cual dota a la narración de un extraño aire fantasmal. Este esfuerzo constituye un verdadero desafío técnico, aunque no logra que sintamos los verdaderos problemas, tanto personales como políticos, del anciano artista. Es una pena, porque la película no carece de interés.
Milos Forman
Por su parte, Milos Forman nacido en 1932 en la antigua Checoslovaquia, había impresionado a la critica internacional con su segunda película, Los amores de una rubia (1965), nominada a los Oscar y a los Globos de Oro como Mejor Película de Habla No Inglesa en 1966 y que, afortunadamente pudimos ver en España.
En ella reflejaba de modo magnífico la situación de su patria en aquellos años previos a la Primavera de Praga de 1968. Luego tendría que huir de su país, tras la invasión soviética, que acabó con las ilusiones de apertura de un Socialismo de cara amable. T
Tras su llegada a Estados Unidos, rodaría películas tan magnificas y alguna obra maestra como Alguien voló sobe el nido del cuco (1975) con la que ganó su primer Oscar y en la que describe con brillantez el horror de los psiquiátricos, Hair (1979) uno de los grandes musicales de la historia, donde consigue reflejar de manera fiel el espíritu del movimiento hippie, Ragtime (1981) durísima critica del racismo de EE.UU. en clave de jazz, y que precisamente por ello no gustó al publico americano, Amadeus (1984) brillante estudio sobre el genio y la creación artística con la que ganó su segundo Oscar, Valmont (1989) donde cuenta por primera vez con Jean-Claude Carrière y finalmente Los Fantasmas de Goya (2006), que podríamos considerar casi su testamento, pues posteriormente solo rodaría cortos, videos y una pequeña película en Chequia en 2009.
Los Fantasmas de Goya
Centrándonos en Los Fantasmas de Goya, debemos destacar en primer lugar, la colaboración como guionista de Jean-Claude Carrière, habitual guionista de Buñuel, recientemente fallecido y considerado uno de los grandes guionistas de la historia del cine, con quien ya había trabajado en Valmont como dijimos antes. La aproximación al personaje y la época que logra el tándem Forman y Carrière, es compleja en cuanto que profundiza en muchos de los aspectos históricos, religiosos, políticos y sociales de aquel terrible y convulso período. Y el diagnostico no es precisamente amable en casi ninguno de ellos, ni con el país que retrata, ni con sus gentes.
Quizá ese sea uno de los motivos por los que, aunque apreciada por la critica especializada, esta película no sea fácilmente accesible para el público español, aunque existe una muy recomendable edición en DVD de Warner Bros de 2007, que se puede encontrar fácilmente a precio de saldo. Y sin embargo estamos ante una obra de gran calado como nos tiene acostumbrados Forman, la cual merece una revisión y un reconocimiento, mucho más en estos días de fundamentalismos políticos y religiosos que parecen volver.
La narración empieza en 1792, año en el que Goya enferma gravemente y su vida corre verdadero peligro, atraviesa la Guerra de la Independencia y termina con la derrota francesa y la restauración de la monarquia, como no podía ser menos si queremos comprender una historia tan compleja como la de la España de aquella época. Al principio se nos muestra como el país está dominado por una monarquía absolutista y por una Iglesia en la que la Inquisición ejerce todo su poder, tanto que incluso amenaza con alcanzar al propio Goya, momento en el que Fray Lorenzo se pone al frente de la Inquisición. Aparece una familia judía conversa, amiga de Goya, cuya hija Inés es el detonante inesperado de un terrible desenlace. Aunque nunca se deleita en las torturas de la Inquisición, Forman nos muestra en una de las secuencias más duras y brillantes, el absurdo de aquellos terribles interrogatorios.
Poco tiempo después, con la llegada de las tropas francesas, España pasa a ser gobernada por los Ilustrados y abolida la Inquisición, para tras la derrota de Napoleón, volver a ser gobernada por un Rey absolutista que apoyado por Los Serviles, rechaza la Constitución liberal de Cadiz y que trae de nuevo la Inquisición. Aquí se detiene la película que termina de forma brillante con unos títulos de crédito sobre las pinturas negras creadas por Goya en la Quinta del Sordo. No hay forma mejor que resumir en esas imágenes, lo que hemos visto hasta entonces, el horror que España y Goya vivieron aquellos años y de la que el genial pintor deja testimonio en su obra pictórica.
Se queda fuera de la narración, pero aún conocería Goya el golpe militar de Riego, que recupera el impulso liberal para ser derrotado, esta vez definitivamente, por la llegada de Los 100.000 Hijos de San Luis enviados por Francia a iniciativa de toda la Europa conservadora. Es este periodo convulso y terrible, el que atraviesa España y en el que Goya vivió envuelto, difícil de narrar por su extraordinaria complejidad y que marcará el futuro de España en la segunda mitad del S. XIX y la primera mitad del S. XX.
Nos muestra así un crisol, fiel reflejo de la España de la época y que Carrière demuestra conocer, un retrato nada complaciente con los poderes establecidos, como nunca lo había sido Forman desde su época en Praga y luego en EE.UU.
Con un guión perfectamente medido, vamos conociendo diferentes personajes que mantienen su idiosincrasia personal y a la vez, forman parte del fresco del conjunto del país que nos muestran Forman y Carrière. En ese contexto, destaca el contraste entre una población que intenta vivir con la alegría de los que quieren disfrutar de la vida y quienes desde arriba, les imponen sus ideas políticas y religiosas.
En el apartado de los actores, están todos magníficos, tanto protagonistas como secundarios, destacando entre los primeros a Javier Bardem en el papel del Inquisidor, a Natalie Portman que en un verdadero y magnifico duelo interpretativo, representa a tres personajes, Inés joven, su hija e Inés mayor, Stellan Skarsgard como el Goya que con casi 80 años decide marchar a Burdeos, contando en papeles secundarios con figuras de la talla de José Luis Gómez y Blanca Portillo, para componer un fresco de la sociedad de la época rico y extenso.
La película es critica con todos los personajes, incluido el propio Goya, cauteloso entre unos y otros, afectado por los problemas políticos pero también por los personales, pues su relación con la muy joven Leocadia, con quien tiene una hija sin casarse, le preocupan sobremanera, y hacen que acabe en Burdeos lejos de su patria. Nos muestra así un fresco terrible y a la vez fiel, de una época durísima. Y eso que el S. XIX no había hecho mas que comenzar. En su segunda mitad, vendrían los levantamientos sociales, la I República nunca bien examinada, los golpes militares, la restauración monárquica seguida después en el S. XX por la II República, la Guerra Civil y la dictadura franquista. Todo esa historia posterior, tiene su origen en los hechos que narra este film.
Es increíble la sensación que logra Forman con la proyección final de las pinturas negras. No se pueden comprender las pinturas negras si las arrancamos de las paredes de la historia a la que pertenecen, como pasa con Los Caprichos y Los Disparates, por eso el final que Forman-Carrière nos ofrecen sobre los títulos de crédito es absolutamente brillante y genial, cuando las vemos al final entendemos en toda su complejidad y grandeza, todo lo que Goya nos quiso contar desde el fondo de su corazón y porque acabo refugiándose en Burdeos.
Y si hay un libro de imprescindible consulta entre la numerosa bibliografía sobre Goya, es el de para muchos su mayor especialista, el Profesor Pierre Gassier, que en 1984 publica “Goya. Testigo de su tiempo”, donde profundiza en las complejas claves del periodo histórico que le tocó vivir, su preocupación al final de su vida por su pequeña hija y por su compañera Leocadia, quien proclamaba sus ideas liberales sin discreción, a la vez que repasa su biografía y analiza su obra.
En definitiva, un fresco admirable de una época y unos personajes, nada complaciente ni con unos ni con otros, pero quizá precisamente por ello, de visión imprescindible si queremos acercarnos a comprender, aunque sea ligeramente, los acontecimientos que vivió nuestro país en las décadas posteriores.