El rito que intento conservar en cada descenso del río Vero comienza con una propuesta clara: «dar un paseo». Este barranco sólo tiene una pega: es muy largo.
Siempre hay que economizar la fuerzas, pero sobre todo propones un fín al grupo que acompañas: La CONTEMPLACIÓN; enormidad de los paisajes, sinfonía de colores, ocres, rojos, verdes, rocas casi blancas y aguas verde esmeralda. Aguas con mucha cal, que impregna todo lo que acaricia. Trozos de madera que se convierten en piedras como por arte de magia. Cantos rodados unidos en capas superpuestas. Todos los obstáculos acaban por la fuerza del agua y de la cal en formas redondeadas, suaves, casi siempre armoniosas.
Ayer mismo, a un grupo de turistas catalanes, les hacía una sugerencia «medio en broma»: las estructuras de estas rocas calizas «suaves» me recordaban las redondeces transgresoras y singulares que aportaba Gaudí a sus construcciones.