En estas líneas no quisiera describir todas las bellezas de las gargantas del río Vero como único objetivo. Simplemente intento reflexionar y transmitiros la emoción y alegría que siento cada vez que acompaño a los grupos, cualesquiera que sea.
Cuando conduces un grupo… «¿Qué se espera de tí…?» Ante todo se te presupone la SEGURIDAD, como a los militares el valor. Todos los acompañantes iniciamos el descenso con explicaciones sobre el itinerario; damos consejos sobre cómo progresar, mantener siempre un mínimo de disciplina y atender a la pauta que marca el guía. Les dices, incluso, que no bajen nunca la guardia. «¡Ojo con los pequeños saltos…!». Siempre puede haber un esguince y, entonces, se acabó el disfrutar.
La gente, al principio, te observa. Poco a poco tú vas facilitando el acercamiento; les cuentas en el comienzo del río muchas cosas… historias que les has oído a los ancianos de Lecina sobre el molino, los azudes y huertos, los campos de cultivo, la romería a la ermita de San Martín de la Choca, que además, y por decreto, es un maravilloso refugio para la aves rapaces.
Señalas una misteriosa verja allá en lo alto, en un abrigo donde les dices que se esconden las pinturas rupestres, símbolo de todo un Parque Cultural (avalado por la UNESCO) y testigo de aquellas tribus nómadas de cazadores que pintaban los animales de los que se alimentaban, como para que el destino les facilitara cada día el éxito en sus batidas comandadas por los fuertes de la tribu. Esto se lo cuentas mientras vas señalando los buitres, siempre presentes.