Llevo días y días posponiendo este artículo no por esa inclinación innata a la procrastinación de cuya academia soy ilustre componente, lo reconozco, sino por dos motivos menos prosaicos.
El primero es la reticencia a repetir temas, cosa obvia en condiciones normales pero que, en los tiempos en los que vivimos resulta harto complicada.
El segundo es el tremendo aluvión de noticias que sobre el asunto catalán –como no– se producen a cada instante y que provocan que lo que ahora es noticia digna de ser referida pase a segundo, tercer o cuarto plano en pocos minutos.
Y de ahí a la papelera.
El ya extinto Gobierno de la Generalidad de Cataluña se ha encargado de esta labor, con una política confusa y errática en las últimas semanas que no es más que el fiel reflejo de la deriva asamblearia –por no decir locura– a la que le han conducido sus socios de gobierno, ERC y la CUP entre otros, hasta convertirlo en el ADN ya no de un partido coaligado, Junts Pel Si, sino de todo un gobierno, lo cual es extraordinariamente grave.
Y así, desde el 1 de octubre, día en que tuvo lugar el bochornoso espectáculo al que algunos se empecinan en llamar elecciones, hemos contemplado con creciente estupor como Asamblea y Gobierno catalán se saltaban pactos, normas y procedimientos cambiando, a cada instante, de rumbo y parecer, como quien cambia de idea en la cafetería a la hora de pedir sacarina en el café.
En el fondo, hemos estado ante la más absoluta falta de ideas acerca de cómo salir de un atolladero en el que ellos mismos se habían metido y del que no han sabido salir. No hay más.
Por ello y desde entonces, hemos asistido perplejos a un rosario de cambios, de incalificables improvisaciones, de modificar lo ya modificado, de trabajar “a salto de mata” según las presiones venían de uno u otro lugar.
Todo en un esperpento que ha concluido con la votación, ayer 27 de octubre, con todos los pronunciamientos en contra del Tribunal Constitucional, del bloque constitucionalista de la Cámara, de los mismos Letrados de la casa y de las más elementales normas de coherencia, del texto firmado por la mayoría independentista del Parlamento de Cataluña fuera del parlamento el día 10 en el que se proclamaba el establecimiento de la República Catalana como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social.
Bonita retórica vacía.
Vacía no ya porque la aplicación del articulo 155 de la Constitución haya dejado sin efecto los ilegales acuerdos tomados, sino porque, en el mejor de los casos, que nadie se engañe, con los pilares que sustentan el gobierno catalán –ERC y las CUP entre otros muchos–, en una República Catalana Independiente no habría sitio para mas derecho y libertad que la de ellos mismos y sus acólitos, al más puro ejemplo venezolano.
Además, sin músculo económico, banco y moneda propia, un tejido empresarial muy afectado, sin recursos del Estado español ni de la U.E., incapaces de pagar salarios y prestaciones, la ruina económica que precede a la revuelta social es cuestión de semanas, sino de días.
Y ¿ahora qué?
¿Cómo piensan ahora esta panda de trileros enfrentarse a su pueblo, ese pueblo compuesto por una masa amorfa de iluminados ignorantes contarles que lo único que tienen es humo con sabor a goma quemada, miseria y ruina?
No tendrán que hacerlo, el gobierno de España lo ha hecho por ellos. Con la activación del artículo 155 de la Constitución aprobado por el Senado, el gobierno presidido por Mariano Rajoy ha tomado las riendas de toda esta desvergüenza y les ha evitado la deshonra de ver como un pueblo al que han engañado para sus propios intereses les reprocha las mentira y los llama traidores.
Vamos, que les han hecho un favor.
Y ellos se lo agradecerán como mejor saben, haciéndose las víctimas de un acoso que no sufren, de un odio que no consta y de un desprecio que no existe; seguirán culpando a otros de sus propias tropelías y alentarán a las masas para que amplifiquen su desvergüenza, disfrazada de patriotismo, mientras salen discretamente por la puerta de atrás respirando aliviados.
Hasta aquí hemos llegado porque hasta aquí nos han traído. Se acabó. Es hora de la cordura se imponga, caigan las caretas, los velos se levanten y la realidad coloque a cada uno en su sitio, que buena falta nos hace. La recuperación económica está ahí y no podemos esperar a que otros la lleven a cabo por nosotros, menos aún que tiren por tierra lo ya conseguido.
Así que lo que viene a continuación, por mucho que quiera hacerse pasar por otra cosa, no es más que la liberación de Cataluña, gracias a la aplicación de la ley, fuera de la cual no hay más que caos y desesperación, terreno en el que algunos se sienten a gusto jugando a esconder sus propios males, pero ese es su problema.
Será interesante ver si los que posiblemente ingresen en prisión por sus tropelías lo hacen pidiendo orgullosamente “libertad para los Jordis” o sopesando abrumados si realmente ha merecido la pena todo esto.
Yo estoy convencido de que no.