Aquellas fueron unas fiestas fabulosas. Andaba para entonces buscando enamoramiento con una chica del pueblo. Me fui a tomar un pipermín y a fumar unos celtas cortos a la terraza la Floresta de Barbastro. Donde la música de los Pop’ Tops era un regalo para todos los jóvenes que les habían arrancado a sus padres quinientas pesetas de las de entonces.
Esa noche de septiembre en la terraza la Floresta sucedieron cosas extraordinarias. Los tres guitarristas de los Pop’ Tops que vestían con cazadora negra de lentejuelas tachonadas, en el estribillo de todas las canciones gritaban, ¡Maricones… Maricones! Ante la sorpresa de todos, mi amigo Mingus se quitó el zapato del cuarenta y tres y lo lanzó a uno de los guitarristas que le rompió la nariz ya ladeada. Las chicas se deshacían escandalizadas por debajo de las mesas. Mientras las sillas y un zumbido de adornadas zapatillas volaban hacia el escenario. A la altura de mis ojos, por debajo de las mesas, y ante mi sorpresa, unos ojos negros no lograban ocultar aquellos momentos de miedo. ¡Qué niñita!, dije sin pensarlo. Desde todos los ángulos me descomponía en tiras, comiéndomela con los ojos. Las olas de sillas rompían contra el escenario. Cada vez más cerca. Y hasta allí saqué pecho a lo grande, como los valientes. Caminaba entre las sillas y mesas amontonadas. Unos treinta metros, hasta donde estaba ella. Sólo por tranquilizar mi enamoramiento.
Aquella noche fue especial. En la verbena de la Floresta todo el mundo dejó de bailar. Entre el ruido y el desorden sonaban unas viejas notas de blues, del sello de John Lee Hooker y Bonnie Raitt para mitigar el desorden. Y así, entre las notas de blues y el desconcierto, los gritos de las muchachas y los tacos de los muchachos más bravos, me encontré de frente con una camiseta raída de los Beatles, dispuesto a follar como un becerro. Laurita se me quedó mirando con una extraña expresión fría que me congeló todo el interior. Lo peor había pasado. Valía la pena intentarlo. La alenté.
– ¿No está prohibido que te de un beso? –pregunté.
– Lo está, pero haré la vista gorda.
Del remolino de mesas y sillas de los Pop’ Tops, pasamos al rock y a la samba, a la polca y al mambo de la orquesta Estrellas Negras. Mingus de Lucas y Rómulo Leoneti se sentaron al borde del escenario provocando al grupo musical. Junto al grandullón de Leandro Roosevelt, que les levantaba la falda a las chicas por la parte trasera, y les medio bajaba las bragas.
De este modo el suceso más notable de aquellas fiestas no fue la esperada llegada de los Pop’ Tops a la terraza la Floresta, sino el enamoramiento por aquella niñita. El principio de una nueva vida que me hizo descubrir la pasión que me consumiría durante tantos años.
Aquella noche, Mingus insistió tanto para que nos fuéramos a bañar al rió que al final acepte. Con algunas niñitas, insistió él. Claro que sí, dije. Les propusimos a Laurita y a Pili ir a bañarnos al río, ellas dijeron que no tenían los bañadores, y que en pelota picada ellas no lo hacían. Volvimos a insistir varias veces, hasta que al final dijeron que sí. Las chicas se sentaron en el asiento de atrás, en el flamante SEAT 124 Export de Mingus, de color rojo y la capota negra. Yo iba de copiloto hasta que Laurita me preguntó si no me importaba compartir el asiento trasero con ella. ¡Sí!, dije sin pensarlo. Me lancé entre los dos asientos delanteros y fui a caer entre ellas dos.
–Qué bruto eres Gabriel, ¿Vais hacer el amor, verdad? –preguntó Pili.
–No lo sé –respondí sonrojado.
–Pero, a Laurita le apetece –contestó.
–Me parece pareja que tendréis que esperar a llegar al río para… ya hemos llegado –dijo Mingus.
–Ya… Pero, yo voy desnuda de cintura para abajo –contestó Laurita.
–En ese caso, lo único que se me ocurre es que os quedéis en el coche – respondió Mingus.
Mingus le pidió a Pili que le acompañara hasta el río. Desde el interior del coche se les veía a los dos retozar desnudos dentro del agua. Reían y se abrazaban con pasión en un eterno abrazo. Laurita me miraba con curiosidad voraz. Su piel era tostada y suave, con el pelo negro, y su cuerpo como un suspiro a mi cumplido. Se reía a mis caricias, se retorcía y gritaba. Cuando la penetré, cerró los ojos, haciéndose un huequecillo entre mis hombros. Me quedé dormido. Cuando desperté salí del coche desnudo, respiré hondo y me fui hacia el río. El resplandor de la luna se filtraba entre los árboles iluminando los cuerpos desnudos de mis amigos que se encaramaban entre la hierba. Había algunas cervezas y una cajetilla de cigarrillos desparramados. Laurita estaba fabulosa así, con el pelo revuelto, y esos pechos que desafiaban a la ley de la gravedad. Me tiré al lado de ella y la abracé. Desde la radio del coche las cuerdas de la guitarra de Koko Taylor hacían sonar por todo el lugar las notas de I´M A WOMAN.
La llamé al día siguiente con una excusa. Se sentía bien. El baño en el río, y hacer el amor en un lugar tranquilo ….. la había hecho feliz, porque hacía tres meses que sólo retozaba con los chicos en el baile. Quedamos en una hora en la cafetería El Flor para empezar una relación. Al verla entrar por la puerta lance un suspiro, me sorprendió su forma de vestir. Recuerdo con claridad el vestido blanco de encaje por arriba de las rodillas, en armonía con su piel morena. Su larga melena negra que le bajaba por encima de sus voluminosos pechos, y los zapatos rojos de tacón alto.
– ¿Pensabas en mí? –preguntó.
–Pensaba en ti.
–Escucha, Gabi. No creas que soy una chica fácil, por lo de ayer, sabes que habíamos bebido, y… la música, la luna… me volvieron loca.
–No, nunca, pensaría eso, de verdad –le respondí.
–¿Te gusto… la noche? –pregunté.
–¿Tú que crees?
Fuimos al reservado de la cafetería. Desde nuestro primer encuentro cambiábamos pocas palabras. El reservado respiraba música de blues de THE SANTANA BAND y una gran dosis de vivir al día. Pedimos dos Coca’ Colas, con ginebra y unas patatas fritas. Mi relación con Laurita empezaba a funcionar. Aunque mis amigos no querían que me liase con ella porque debía irme a la mili y, teniendo otra chica, … Yo estaba llamado para ir a filas. Mi destino era Ceuta, y debía concentrarme en aquel lugar dentro de cuarenta días. Esta situación Laurita la desconocía, y sólo pensar en decírselo me dejaba vacío.
Por esa época mantenía esporádicas relaciones con una chica del pueblo de al lado, ella tenía cuatro años más que yo. La muchacha se llamaba Almudena y estaba muy enamorado de mí. Enloquecía en cuanto me tenía a su lado con un enfermizo amor, los celos le llenaban la cabeza de fantasías. Tenía que darle gusto todas las noches que pasaba con ella, hasta el amanecer.
Cuando por fin tuve en mis manos los pechos de Laurita, entró por el reservado como un ciclón mi amigo Mingus, él sabia donde encontrarme.
– Qué terrible es haber malgastado todos estos años sin ti, ¡Laurita! –gritó Mingus.
Se sentó de golpe, al lado de mi chica, e hizo el gesto de meter la cabeza entre sus pechos. Lo sujete por la cabeza y, le grité, ¡eh, eh, eh, quieto colegaaa!
– ¡Vale vale, que no me la boy a comer!, hola preciosa, le dijo, agitándole repetidamente el pelo con la mano.
– Eres un guarro Mingus, dijo ella, al tiempo que se abrochaba los botones de la camisa.
– Lo soy –contestó sonriendo.
– Qué quieres Mingus y, no me jodas –le pregunté.
– Me han llamado a filas, he recibido la carta esta mañana y, a que no sabes donde me han mandado, ¡a Ceuta! estaremos juntos Gabi.
Mientras Mingus hablaba, la cara de Laurita le iba cambiando hasta perder la sonrisa que siempre tenía.
– Que loco estás, jodido cabrón, lárgate de aquí.
A Mingus le cambió la cara al pensar que yo, no le había dicho nada a Laurita. Bajó la mirada y dijo, lo siento Gabi. Y desapareció igual que había llegado.
– Cuándo pensabas decírmelo, después de follar, o, al momento de marcharte –me preguntó.
– Perdóname Laurita, te lo pensaba contar, dije de pronto.
– ¡Mentira! me gritó. Lanzándome un fuerte guantazo contra la cara. Apenas terminó la frase se levantó y se fue llorando con desesperación, sin darme tiempo a abrazarla y contarle mis buenas intenciones. Me quedé destrozado, sin ánimos para nada.
En los días siguientes intente llamarla, pero ella no me contestaba. Otra persona cogía el teléfono diciéndome que no volviera a hacerlo más en toda mi vida. Continué frecuentado el reservado de ese bar hasta que me fui a Ceuta, yo sólo, en medio de ninguna parte, sintiendo y escuchando las notas de Laurita blues.