Manuel Turmo Bergua nació en Plan, en 1933 y tan larga existencia se apagó el pasado jueves 3 de agosto de 2023.
Se ha ido en silencio, sin hacer ruido y muy bien cuidado por su sobrina Mercedes que no pudo apagar la pena del tío por la muerte de la otra sobrina, Isabel , en 2020.
El lunes 7 de agosto, celebramos sus amigos de Montañeros de Aragón de Barbastro un sentido homenaje, un abrazo mutuo a su memoria en la Iglesia de San José y como decía en la homilía Pedro Escartín, cada uno de los asistentes podríamos haber relatado anécdotas vividas junto al Montañés, así le llamaba Paco Lacau, su gran amigo en sus comienzos del Club, allá por 1973.
Manuel era esa mano tendida en cuanto hubiese alguna dificultad
Fue también la mano sabia de leñador que supo encender teas para calentarnos tras la lluvia cuando acampamos en la fuente de Riancés en 1975 para rendir homenaje a Raymond d’Espouy en una ascensión al Cotiella en la que Manuel dispuso en las mochilas de los jóvenes peones que éramos unas bolsitas con arena y otras con cemento para subirlas hasta la cima.
Manolón
Allí, Manolón, como le llamábamos todos, sacó sus herramientas y un hornillo de gas para fundir nieve y poder así amasar el mortero con los ingredientes subidos. Era, además de leñador, un hábil albañil que dispuso a la perfección las piedras de un monolito con placa de acero inoxidable y cruz. También estuvimos los jóvenes peones a sus órdenes en el Campamento Nacional de Tabernés de 1977 para ir recogiendo las bolsas de basura que depositaban los mil participantes de aquel memorable Campamento. Como muchos de nosotros, él volvió a Riancés en 1980 para ayudar a construir un primer refugio aragonés ( antes de PRAMES), el de Armeña, impulsado desde Barbastro.
Más tarde llegaron las aventuras con el esquí de montaña, como aquella subida al Diente de Alba; al empezar el descenso los más jóvenes no sabíamos esquiar y cargábamos los esquís a hombros mientras Paco Lacau dibujaba giros perfectos y Manuel hacían lo que podía, es decir, interminables diagonales suaves en la inmensa ladera para conseguir descender siempre con los esquís puestos y girando en estático (vuelta de María) en el vértice de cada diagonal.
Fueron tiempos de aventuras en las que también le vimos lamentarse amargamente en una travesía con esquís, la Canfranc –Sallent de 1980, cuando se le rompió una tabla que su buen amigo Forasté, el madrileño, le había regalado.
Las aperturas invernales del antiguo refugio de Estós, como la de Navidad en 1977, fueron la oportunidad de disfrutar acompañándole a buscar troncos de pinos caídos y así calentarnos en el hogar donde él cocinaba y nos cuidaba. Éramos sus alumnos, cuasi hijos; poco a poco aprendíamos a esquiar frente al refugio.
No voy a extenderme contando aventuras que junto a él y a todos los que vinieron a despedirle este pasado lunes 7 vivimos tantísimas veces. Las palabras cariñosas y evocadoras del cura Pedro transportaban a cada cual a un lejano o cercano paraíso.
En los corazones volvía a brillar la sonrisa del Manolón que tanto queríamos sus compañeros de viaje, un trayecto vital el suyo de casi 90 años, 50 de los cuales sirviendo a su club y ayudando en todo aquello que hiciera falta sin desfallecer.
Hace tan solo unos días remodelamos el cuarto de material, aquel rincón donde Manuel alquilaba a módico precio los piolets, crampones, cuerdas y lo que hicieran falta para subir al Aneto o a cualquier otro pico. Suerte que su vocalía de material, llevada con mimo, tuvo muy dignos sucesores en las personas de Javier Galindo o Luis Enrique Palacio (qpd).
Pedro Escartín, en su homilía, invocaba la Esperanza divina y yo ahora, desde estas líneas, mantengo una esperanza muy humana en nuestro futuro; el de un club fundado en pilares tan sólidos como Manuel. Muy pronto celebraremos las bodas de platino gozando con la vitalidad de unos jóvenes, verdadera savia nueva en la Junta Directiva MAB que ya tocan el cielo mientras trepan muy audaces por crestas, aristas y espolones.