Aunque ocurrente, he de reconocer que el título no es mío, sino que pertenece a esa rara especie de inscripciones urbanas que, aunque afean el panorama visual, por lo menos te hacen reflexionar.
Quién la escribió, hace ya algunos años, tenía más razón que un santo y una clarividencia digna del mejor de los oráculos. Las cosas como son.
Porque eso es justamente lo que tenemos hoy en día, una sociedad infoxicada, es decir, saturada de una información que a duras penas puede procesar y de la que solo alcanza a interiorizar algunas ideas fuerza ante la imposibilidad de comprender, digerir y contextuar el maremágnum informativo que la bombardea desde todos los frentes.
El principal problema, más allá del evidente perjuicio que supone el aluvión informativo, es que cada uno se queda con la parte de la información que le interesa; que nadie pretenda que, además de oír, escuchemos y menos aún que nos pongamos a realizar juicios críticos sobre el particular, no hay tiempo, ni ganas ni humor.
Es lo que tiene la masificación informativa.
Cuestión aparte, no sé si secundaria o no, es que gracias a toda esa avalancha informativa, nos hemos convertido en expertos de todo aunque no nos enteremos de nada. Si el español ya es por nacimiento mecánico y entrenador de fútbol porque TODOS venimos al mundo con una congénita sabiduría en esas dos disciplinas, gracias a los tiempos que vivimos, a buenos canales y malas noticias nos hemos transformados en (además de lo anterior) consumados analistas políticos, sociales y económicos, duchos en cuestiones como la prima de riesgo, la alianza de civilizaciones, el bipartidismo o la alternancia en el poder.
Cuestiones y palabras, otrora arcanos, reservadas a las pérfidas élites se manejan ahora con soltura por el común de los mortales, hasta el punto de que las hemos incorporado, por derecho propio, a nuestras sesudas conversaciones de bar, de las que el palmero de vino y el bocata de atún son el attrezzo necesario e indispensable.
Pero lo peor de todo es que, con la tontería de las redes, la información y el conocimiento nos la meten doblada y no nos damos ni cuenta.
Encantados como estamos de que lo sabemos todo y sabemos de todo, vivimos expuestos a las prácticas de medios, partidos políticos, grupos de opinión y otros palmeros que, a base de saturación, contrainformación, lenguaje oscuro y sentencias en 140 caracteres consiguen mantenernos tan informados como ellos quieren, o sea, nada, porque toda noticia tiene pronto su réplica, su interpretación contraria o su desmentido casi inmediato.
Y así pasamos los ratos, ya no nos conformamos con echar pan a los patos, ahora escuchamos sus graznidos; los desentrañamos, hablamos, opinamos y sentamos cátedra sobre lo que, en realidad, no tenemos ni puñetera idea.
Y tan contentos.