El Somontano pierde una de las panaderías más emblemáticas, con una clientela fiel y con una tradición panadera que arranca en las primeras décadas del pasado siglo XX en Pozán de Vero de mano del abuelo paterno de Ana María, la actual propietaria junto a su marido, el panadero Arturo Morancho Costa.
La falta de relevo generacional ha propiciado el cierre, llorado por sus clientes.
El abuelo de Ana María, Antonio de casa Belsierre de Pozán, para sacar adelante a sus doce hijos montó una panadería. El padre de Ana María, Mariano, aprendió el oficio en una panadería de Barbastro y cuando ya adquirió destreza suficiente cogió las riendas del obrador paterno en Pozán. Su hermano mayor se encargó de la panadería de Bierge hasta su prematuro fallecimiento. El relevo lo cogió Mariano y su por entonces novia Joaquina que regentaron el negocio hasta que entró en marcha otra panadería por parte de la familia Ferrer.
Acababa de nacer Ana Mari cuando la familia Buera volvió a recorrer la provincia hasta establecerse en la localidad monegrina de Huerto por unos 8 años. Mariano era un hombre con ambición y planeaba trasladar la panadería a Zaragoza, pero Joaquina le convencerá para quedarse en Barbastro, donde vive su madre, y buscar un traspaso. Pero los elevados precios les llevan a plantearse adquirir un local propio. Y este será el de la calle Antonio Machado que inicialmente había sido adquirido por la familia Brualla para su churrería pero que descartarían tras encontrar otra ubicación más céntrica en General Ricardos.
Hasta que el obrador y el edificio se construye, el negocio seguirá en Huerto. Y ya en 1953, Mariano y Joaquina abren la Panadería Buera en el denominado Ensanche de Barbastro, una zona periférica repleta de huertas, colindante con la serrería Nevot, la fábrica de mosaicos Gregorio Gavín, el Instituto Laboral – recién derruido por las obras del centro de salud-, “las casas baratas, la casa del aparejador, la casa del del carré (Angulo)”, recuerda Ana Mari. En el Barbastro de la segunda mitad del siglo XX había una docena de panaderías. “Hasta hace 25 años en la provincia estábamos más de 200 y ahora solo 90”, apunta Arturo.
La ubicación lejana del centro les obliga a ir a las tiendas de los barrios a llevar el pan. Joaquina, modista de profesión, dejó su oficio para ayudar en la panadería hasta que su hija Ana Mari entraría en el negocio familiar con 17 años. Su hermano pequeño, Mariano, sería profesor y acabaría siendo director provincial de Educación.
Abastecimiento al cuartel
La presencia del cuartel General Ricardos fue un importante pulmón económico para muchos negocios locales que abastecían de servicios o productos a la tropa y mandos. La panadería era uno de esos negocios, pero según cuentan desde Buera, el concurso anual siempre recaía en las mismas manos. Mariano quiso cambiar esa suerte y pensó en la siguiente estrategia:
Dio poderes a un gestor para participar en la puja. El resto de los panaderos se sorprendieron al no ver a Buera y el gestor pudo ofrecer un precio más ventajoso para conseguir el contrato para abastecer pan durante un año al cuartel. El contrato anual lo consiguió varios años y propicio que Mariano contratara al joven panadero Arturo, natural de Campo, que había aprendido el oficio en Francia, donde marchó con 16 años, y que se encontraba realizando el servicio militar en 1968 en Barbastro.
Con los años, Mariano le propuso ser socio a Arturo, que por entonces había vuelto a Francia. Arturo declinó la oferta pero sí aceptó forma parte del negocio como personal contratado. Y entre masa y masa surgió el amor con Ana Mari. La incorporación de Arturo a la panadería dará un giro al negocio. Se opta por dejar el suministro de pan al cuartel, dado el volumen de trabajo que requería, y se potencia la repostería: croissants, trenzas, palmeras de hojaldre y todas las delicias que había aprendido en Francia.
El nacimiento de su hija Ana María abre la puerta a contratar a una empleada, María Jesús Feixa Castillón que se incorporará a la familia Buera a sus 17 años. “Empecé cuidando a la niña con 1 año, en la casa y en la panadería”, cuenta María Jesús (con 43 años de antigüedad a día de hoy).
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Arturo seguirá su carrera profesional formándose en cursos en Barcelona de pastelería, heladería y turrones. Aprende a elaborar monas de Pascua, frutas de Aragón, … Una vez jubilados Mariano y Joaquina, a los 65 años, Ana Mari y Arturo toman el relevo del negocio en 1989, a las que se unirá María Jesús quien se siente como “una más de la familia y parte importante de la empresa. Me he sentido como en mi casa y he trabajado como si fuera mi negocio porque considero que es la única forma de que este tipo de negocios pequeños sigan adelante. Hay que echar el tiempo que sea necesario porque son productos de calidad que tienen que salir bien”.
Fueron momentos buenos recuerda este matrimonio camino de sus bodas de oro. “Fue la época que más trabajamos. En un sábado podríamos hacer 30 brazos de gitano. En unas fiestas hicimos 8.000 panecillos. Enganchábamos un viernes a las cuatro de la tarde y eran las dos de la mañana del sábado que íbamos a repartirlos por las casetas de los feriantes”, recuerdan Ana Mari y Arturo.
Falta de relevo
La falta de panaderos que quieran seguir con este negocio familiar hará que este histórico horno de leña se apague definitivamente. La hija de los propietarios, Ana Mari, tiene una plena implicación desde niña en la panadería, pero trabaja en otra ciudad, aunque en vacaciones o cuando se la requiere siempre echa una mano en función de su disponibilidad.
La decisión ha supuesto un mazazo para los clientes que algunos con lágrimas han mostrado el reconocimiento por tantos años elaborando pan. “Nos da mucha pena dejarlo, pero no hay otra opción. Es una decisión meditada. Se ha buscado gente competente e implicada pero no se ha visto ganas. Falta compromiso laboral y también ayudas por parte del Estado que al contrario complican el negocio y nos exigen lo mismo que si fuéramos una gran empresa. Así no se puede continuar”, explica Ana María. “Lo sentimos muchísimo y nos hemos dado cuenta de cuánto nos quiere la gente, aunque habrá de todo porque otros en cambio se alegrarán porque les molesta el humo y el ruido, pero son los menos”, cuenta María Jesús. “A la clientela sólo les podemos dar las gracias por su fidelidad. Les estamos eternamente agradecidos y nos duele mucho, pero no hay más remedio”, insiste Ana María. “Todos los días viene gente emocionada”, apunta María Jesús. “Los clientes se han portado muy bien con nosotros, estamos muy agradecidos”, apostilla Arturo.
Y tras el cierre de Panadería Buera, ¿dónde comprarán el pan?, se pregunta la clientela: “La verdad es que no lo sabemos. Habrá que probar”, sentencian.
El secreto del buen pan
La clave para elaborar uno de los mejores panes de Barbastro durante siete décadas es sencilla, a juicio del Arturo: “Hacerlo como se ha hecho siempre, a mano. Sólo tenemos una máquina que sirve para pesar. Hornos morunos de leña como el que tenemos no debe de haber ni tres en toda la provincia”. A una elaboración artesana hay que sumar la harina de calidad y las harinas ecológicas de espelta, Aragón 0,3. harina integral % de gran calidad que procede de la harinera de Sariñena, Binéfar, Murcia y Asturias. Aún así, sienten que se está perdiendo la batalla por comer pan de calidad frente a los supermercados. “Se pierde dinero si lo hacemos artesano. La leña está cara, ha subido el precio de la harina, …”, lamenta Arturo.
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