Me resisto. Lo he pensado y sería mejor dejarlo así, como lo recordamos todos; además ya han pasado algunos días, tal vez demasiados, ochocientas veinticuatro horas mal contadas. No escribir nada más que lo ya dicho en los whatsapp. Pero, por otra parte, me envilecería no hacerlo. Así que no será yo quien lo impida o reprima, salvo que José Luis Pano -jefe de Ronda Somontano- opine lo contrario.
Este fue un encuentro esperado, produjo expectación y nervios, como confesó alguno de los presentes o como yo mismo sentí; esa sencilla confesión sin sonrojo produjo un profundo estado de placidez, me refiero a cuando Mariano Gistaín reveló que la noche anterior no había dormido bien por los nervios; por la impaciencia ante el encuentro.
Comenzó como un runrún desgarbado que se transformó con los meses en un traqueteo al ralentí, después marcamos día y hora y todo fue rodado. Fue una reválida que nos damos de tiempo en tiempo, al tuntún, sin ánimo ni querencia por celebrar alguna efeméride, con la excepción de cuando lo del 25 aniversario de la terminación del COU. Ahora, hace algunos días, ya nadie tuvo la necesidad de hablar para dar la bienvenida, ni decir unas palabras en algún momento ni siquiera al final del banquete; solo nos interesaba continuar con la presencia de las personas que nos rodeaban. A ratos las palabras eran obviedad y los silencios un prodigio. Todavía veíamos – o veía- a los críos que hace muchos años la vida y el azar nos hizo coincidir en una de las aulas de los Escolapios. Una etapa importante en el crecimiento de estas personas ya maduras, que durante y después de subir a la Torre de la Catedral de Barbastro y del Museo Diocesano de Barbastro-Monzón se ponen a hablar atropelladamente, atolondradamente, sin freno. Ese día, un sábado reluciente de noviembre, en el salón del San Ramón una luz tamizada por las traslúcidas cortinas de esos balcones, que son un espectáculo por sí mismos, añadían escenografía al sonido de millones de letras y sílabas de palabras que, a borbotones, se unían con el tintineo de cubiertos, copas y platos en un murmullo acompasado y festivo.
Me hubiera gustado ver a personas ausentes, entre otras: a Lourdes Fañanas, que siempre la recordaré sentada a las escalinatas de la Fontana di Trevi, a Encarna Samitier que la recuerdo pizpireta y locuaz con un dedo índice apoyado en su mentón en actitud de escucha y aprobación; también a Pedro Planas, desafortunadamente fallecido ya hace demasiados años, con el que tuvimos una sincera amistad. A todos ellos: presentes, ausentes les digo: ¡Olé! ¡Vivan las madres que os parieron!; y para los fallecidos -que se han sucedido a lo largo de estos años- un hondo y sentido recuerdo.
A los pocos días a Mariano Gistaín le concedieron el Premio Especial del Jurado en los Premios de “Arte & Letras” de Heraldo; cuarenta años de trayectoria periodística. Enhorabuena de parte de todos tus compañeros.