En las crudas noches del invierno las gentes de nuestros pueblos se juntaban junto al fuego del hogar y allí se conversaba largas horas, y surgían historias y leyendas. Uno de los temas recurrentes era el de las de las brujas y los diablos.
De Pozán de Vero era Dominica la Coja, que, con sus amigas Gracia la Nadala y Benedeta la Piquera, fueron acusadas de brujas, según han estudiado Ángel Gari y Carmen Espada. A Dominica, una mujer que sabía de brebajes, de curaciones, del poder de las plantas para determinadas enfermedades, la acusaron de todos los males que pasaban en el pueblo y fue condenada en el año 1535.
Existen otras historias menos rigurosas, pero salidas del pueblo y de una sociedad muy supersticiosa, que vivía en circunstancias muy difíciles, y sometida a la autoridad.
En Berbegal se cuenta que dos jinetes eran seguidos por un gato. Ante la imposibilidad de librarse del felino, uno de ellos le pegó un golpe en la cabeza con un hacha que portaba. El gato comenzó a dar saltos y pareció como si hubiese llegado su fin. A la mañana siguiente vieron que salía de su casa la que era tenida por bruja en el pueblo con un golpe en la cabeza.
Más curioso fue lo que sucedió en Salas Bajas. Según narra Herminio Lafoz, el hijo de una casa de la población, al llegar a su vivienda encontró en el rellano de la escalera un jarro de vino. Le pegó una patada y el jarro cayó escaleras abajo, rompiéndose el pico. Al día siguiente el abuelo de la casa se levantó con la nariz rota.
Salvador María de Ayerbe y Marín relata que, en una de las aldeas de la Sierra de Sevil, una noche estaban sentados alrededor del hogar el amo y los criados, cuando oyeron un ruido atronador que hizo caer trozos de hollín. Asustados, cerraron todas las puertas y ventanas. Recorrieron todas las dependencias, con candiles, para ver que podía a haber ocurrido. Finalmente, vieron que el buey había abandonado el establo y estaba paciendo tranquilamente en la huerta. En esta ocasión no fueron las brujas de Guara quienes provocaron los espantosos ruidos.
Por el Somontano encontramos topónimos brujeriles: el “Barranco de las Brujas”, en Naval y Hoz; la “Senda de las Brujas”, en Castejón del Puente, o el “Peñón de las Brujas”, en Salas Altas. En este último lugar se cree que se desnudaban, se colocaban unas largas alas y se convertían en gatos, y en la era de Juanvilla bailaban acompañadas del repiquetear de sartenes, empleando bacías como sombreros.
Otros puntos de reunión eran la “Fuente de Burballa”, en El Grado; las “Eras de Posán”, o la “Peña Plana”, por el camino de Hoz. Si la noche venía con temperatura agradable iban al “Puntón de Asba”, en la sierra de Guara, y a las “Cuevas de Solencio de Bastarás”. Algunos pueblos, como Alberuela de Laliena, aparecen documentados como lugar de aquelarres.
Entre Buera y Salas Altas existe un peñón sobre el denominado barranco de Palomares, bajo el que aparece una cueva en la que, según se dice, se celebraban los aquelarres en caso de mal tiempo.
Muchos pueblos colocaban patas de jabalí en las puertas para protegerse de las brujas. Otros mazorcas de maíz, pues dicen que las brujas se entretenían en contar los granos y ya no entraban en la casa. Creían que las granizadas eran provocadas por ellas y que en cada bola de granizo había un pelo.
En Huerta de Vero nos contaron que cuando había un nacimiento se le llevaba a bautizar cuanto antes para que las brujas no pudieran actuar sobre el recién nacido. No se atrevía a sacar por la puerta al niño hasta que no estuviera bautizado. Así que los sacaban con un capazo por la ventana. En una ocasión el capazo cayó al suelo y hubo tanta fortuna que no le paso nada y luego fue una de las personas más mayores del pueblo.
El diablo siempre ha estado relacionado con las brujas. También en la comarca encontramos leyendas del diablo en su faceta de constructor. Según la tradición oral, construyó el denominado “Puente del Diablo” de Olvena mientras sonaban las doce campanadas. Otro diablo se apareció a tres caballeros en la Fondota, próxima a Alberuela, Abiego y Azlor, ofreciéndoles mucho dinero a cambio de que le entregaran su alma.
Y hasta encontramos un importante santuario para la curación de las personas que se consideraban posesas, el de San Román, en Ponzano. Petra de Pano y Romualda de Cantán eran las encargadas de realizar el ritual de expulsión del “mal dado”.
La historia del arriero de las Almunias es harto curiosa. Este personaje iba de pueblo en pueblo transportando mercancías. Una noche de verano que se quedó a dormir en el carro, oyó a las brujas y vio que se untaban con ungüentos y salían volando tras realizar el siguiente conjuro:
“Por encima de rama y hoja,
a las eras de Tolosa,
sea lugo allá”.
El arriero recogió el ungüento, que se habían olvidado las brujas, y realizó el conjuro montándose en una escoba, pero erró en el comienzo:
“Entre rama y hoja
a las eras de Tolosa,
sea lugo allá”.
Realizó el vuelo, pero muy accidentado, pues pasó entre las ramas y hojas de los almendros, los olivos, los chopos…, y llegó al aquelarre completamente llenó de magulladuras.
Allí, observó que el diablo, en forma de macho cabrío, presidía la reunión. Todos los brujos y brujas le obedecían. A nuestro arriero le entró un miedo atroz y se limitó a seguir al resto de convocados. Antes del amanecer, brujos y brujas se despedían realizando el ósculo anal; se colocaban en fila y daban un beso al trasero del diablo, como signo de sumisión. Esto a nuestro protagonista le daba mucho asco, así que cuando le tocó el turno sacó un punzón que guardaba en el bolsillo y se lo clavó.
El ritual se repetía una segunda vez, y cuando le tocó el turno al arriero, el diablo se volvió malhumorado y le dijo:
–¡Tú pasa, pero no beses!