En 1967, a mis doce años, mi padre que tenía cuarenta y tres quedó inválido del lado izquierdo por una embolia cerebral; y en medio de aquel infortunio tuvo suerte de que no le afectara al lado derecho, pues hubiera quedado sin habla… Aquel suceso fue un mazazo familiar y nuestro futuro quedó de repente ensombrecido y amenazante.
Para su rehabilitación lo llevaron a Madrid, al hospital La Paz, un mastodóntico y bello edificio adonde acudían enfermos de toda España, pegado al campo de entrenamiento de aquel Real Madrid de Benito, Zoco y Pirri. Mi madre le acompañó a la capital, alquilando la modesta habitación de un piso del paseo de la Castellana, y los hijos quedamos muchos meses al cuidado de nuestra abuela, que dejó la casa de Costean con el consiguiente quebranto en un hogar de labranza donde todas las manos eran necesarias.
Un día fuimos a Huesca en el coche del gestor Celaya mis padres y yo, para que un tribunal valorara la incapacidad de mi padre. En el trayecto Celaya hacía esfuerzos para darnos ánimos en medio de la tragedia: decía que a mi padre le correspondía la «gran invalidez» y no mera invalidez, porque necesitaba la ayuda de mi madre para sus acciones más básicas como acostarse, levantarse, o sentarse en la taza del retrete… La calificación era muy importante porque la cuantía de la pensión dependía de ella. Y añadió que si no lo calificaban de gran invalidez hablaría con el procurador Lamplé Operé que era amigo suyo, para que le echara una mano; y así fue que oí por vez primera esos apellidos tan sonoros y complementarios que nunca olvidé: Lamplé Operé, propietario de un humilde taller de rectificados de motor, en Huesca. Pero como el tribunal calificó como gran invalidez no fue necesaria aquella intermediación.
Pasados treinta años el presidente de aquel tribunal (cuyos apellidos mi padre citaba a menudo) ocupó un alto cargo en la delegación de Hacienda de Huesca, y tuve que entrevistarme con él por un asunto oficial, encuentro que aproveché para preguntarle si él había presidido aquel jurado, que me confirmó, incluso se acordaba del caso de mi padre: «Tu padre era muy joven y lo recuerdo» me dijo.
Cuando mis padres llevaban varios meses en Madrid un día que estaba solo en casa, alguien llamó al picaporte. Abrí y me topé con una señora muy alta, muy elegante, y muy bien vestida, de unos cuarenta años, que me preguntó si yo era hijo del señor Broto. Le contesté afirmativamente y me dijo que era la asistente social de Monsanto Ibérica, la empresa de mi padre; me tendió la mano y a continuación me pidió permiso para entrar al piso. Sentados en el comedor me sometió a un breve y educado interrogatorio sobre cómo nos arreglábamos los tres hermanos para los estudios, sobre la alimentación, la limpieza… Creo que me pidió permiso para ver la cocina y el baño y tras aquella educada visita nunca más volvió.
Como he dicho la recuperación de mi padre en Madrid y la valoración de su incapacidad transcurrió entre los años 1967 y 1968. Meses antes, en 1966, el ministro de Trabajo Jesús Romero Gorría había inaugurado el hospital de san Jorge de Huesca, en un rápido viaje que aprovechó para inaugurar también su Universidad Laboral, y el ambulatorio de Barbastro que diseñara el famoso arquitecto Fernando García Mercadal. (Con aquel motivo el ayuntamiento de Huesca organizó unas estupendas jornadas el año pasado para realzar ambos acontecimientos en su cuadragésimo aniversario)
Detengámonos en los dos sujetos que he mencionado arriba, pues creo merece la pena. García Mercadal, que de tan pequeño parecía enano, durante la II República fundó la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, y se significó tanto en sus ideas que tras la guerra se le impidió ejercer como arquitecto hasta 1946, a modo de castigo; una vez rehabilitado fue designado arquitecto del Instituto Nacional de Previsión, que es como entonces se denominaba a la Seguridad Social. A su vez el vasco ministro Jesús Romero Gorría fue un voluntario universitario requeté que luchó en el frente de Huesca, durante la guerra civil, creo que con el grado de teniente por sus estudios; estuvo en ese sangriento frente donde sus compañeros norteños cayeron a racimos en las cercanías del cementerio, a escasos metros de la Universidad Laboral que inaugurara. Gorría hizo la carrera de Derecho en Zaragoza y el doctorado en Deusto (cuando los doctorados no se regalaban)
Todo lo anterior viene a cuento porque ayer domingo, 4 de noviembre, en los telediarios del mediodía y de la noche, se insistió en la «noticia» de que la Seguridad Social no se creó en tiempos de Franco, sino con motivo de las luchas sindicales de la transición . Y por allí mezclaron imágenes de Marcelino Camacho en 1977 (diez años después del suceso de mi padre) También tuvo su minuto de gloria en la noticia un catedrático de trabajo, cuyo nombre no recuerdo, que afirmó categóricamente que la Seguridad Social no fue creación de Franco.
Ese mismo día 4 de noviembre una persona muy allegada organizó la comida del mediodía de modo que le permitiera ver tranquilamente el programa del Corazón, donde esperaba ver cómo transcurrió la reciente fiesta de cumpleaños de Sofía de Grecia, de la cual es costumbre que se hagan eco este tipo de programas. Y no hubo nada. Los tiempos cambian una barbaridad, a veces dos, y ahora Podemos tiene peso en TVE.
Recientemente oí decir a Tomás Cuesta que en Podemos no quieren saber nada de adelantar las elecciones porque necesitan tiempo para desarrollar una especie de ingeniería social que nos forje sobre cómo pensar, y nos eduque en cómo ha sido un pasado cuyo “relato” pretende domeñar nuestro libre criterio, pasado que, en muchos casos, el narrador no ha conocido aunque manifiesta saber mejor que nadie.
La forja del hombre nuevo ha comenzado: los burros vuelan y muchos se lo creen. Es el nuevo “relato”.