La tormenta surca la tierra y forma hondos barrancos que, atorados por la maleza, se llenarán de ruedas viejas, basura, escombros. Así la mano humana se aprovecha de lo que la naturaleza horada para arrojar lo viejo e inútil, ignorando que todo lo arrastrará consigo, hacia abajo, el próximo chaparrón, hasta las casas construidas en las vegas por los mismos que produjeron los desechos.
Todo vuelve a nosotros, mal o bien, salvo lo que definitivamente muere y está seco. Lo que vuelve, pasado el tiempo, lo que, depositado en algún recoveco de la memoria y bien disimulado entre recuerdos limpios no es más que un detritus reseco en nuestra mente, no siempre al regresar nos favorece. Tiene la cualidad, como algunos amores, de lo contradictorio: siendo lo que no se borró de la memoria, no es lo que se querría recordar (ese gesto cobarde, esa mueca tan cínica, ese ademán medroso de la mano que tembló y que no sujetó con la debida firmeza).
Los barrancos del paraje donde nos aguarda nuestra casa, con su parra dormida bajo el cielo estrellado, están llenos de escoria que un día será devuelta al llano, a las parcelas, feas como mordiscos de rabia en la fértil serenidad de los plantíos, valladas en torno a barracones prefabricados.
Es inútil ocultar nuestra basura. Enseres inservibles se trasmutan en seres del pasado, con sus viejas pasiones a medio quemar como troncos renegridos y sus voces semejantes al aullido sin tilde de la palabra ‘aun’:
RAMBLA SECA
A mi hermana Cande.
Por entre los olivos, que no veo
de tanto haberlos visto, voy bajando
a la rambla que ahora baja seca
como mi corazón.
Y ya no hay nadie.
Y las ranas de entonces se zambullen
asustadas en charcos recordados.
Aquí fuimos felices
cuando existía la palabra aún.
Nosotros la decimos sin acento.
Aun: una sola sílaba, un breve aullido.
Aun escucho el rumor de aquel entonces.
También la aldea es póstuma.
Fantasmas, sombras, santos, aparecidos, pájaros secos pulverizados bajo las pisadas vuelven en tromba por los barrancos con las nuevas riadas a anegar esta estancia, La habitación vacía, hermoso libro de poemas con el que su autor, Juan Vicente Piqueras, obtuvo el Premio de Poesía Hermanos Argensola, promovido por el Ayuntamiento de Barbastro, en 2022, mismo año de su publicación por Visor Libros.
Barrancos que bordean olivares invisibles, charcas donde resuenan los ecos de las ranas que también escucharon croar nuestros ancestros… Ya que no han de volver, resecos, a la vida, dejemos que reposen de una vez, eternamente tranquilos, nuestros amores póstumos.
Algunas cosas sí que se las traga para siempre la maleza del tiempo.
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