Equidistante entre las localidades de Estada y Estadilla, se ubica un idílico y frondoso paraje, que acoge las ruinas de lo que, antaño, constituyó un edificio de dos plantas, destinado a comercializar los manantiales minero-medicinales que allí fluyen.
Los principales promotores de este establecimiento, y al objeto de poder usar estas aguas como bebida y en baños, fueron la viuda del barón de “La Menglana”, doña Carlota Escudero, y el brigadier de infantería don Lorenzo Cabrera, ambos con residencia en Estadilla. La mayestática obra se efectuó en la primavera del año 1881, perdurando su actividad hasta 1936, coincidiendo con el inicio de la guerra civil española.
Si bien la noticia fue ampliamente difundida por toda la comarca, y muchos visitantes de lugares lejanos, entre ellos la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, santa Teresa Jornet, frecuentaron el lugar con el ánimo de favorecerse de las virtudes medicinales de esas fuentes, sus propietarios decidieron confeccionar, en 1880, un fascículo, con el principal designio de publicitar a nivel empírico y científico el innovador complejo, y para que quedara constancia de sus beneficiosos recursos para el tratamiento de determinadas enfermedades crónicas.
El encargo de esta memoria recayó en el médico de la localidad, don José Gimeno y Ostalé, siendo editada por la tipografía de Barbastro “La Viuda de Puyol España”. Esta imprenta, que también fue librería, sabemos que publicó en 1831, y en latín, los rezos de la festividad del santo Ángel Custodio, los patronos de la diócesis barbastrense, San Victorián y San Ramón, varios pasquines para el obispado… Con fechas anteriores, el referido taller figuró bajo los nombres de Mariano Puyol España y, con posterioridad, Isidro España.
La edición protagonista de este artículo presenta apartados de sumo interés, tanto para los afectos a los recursos de la hidrología como para los apasionados en el pasado de nuestra comarca del Somontano : una descripción de la villa estadillana, que en aquellos días contaba con casi dos mil habitantes, la historia de las aguas medicinales, una reseña del estado de las fuentes, otra sobre el establecimiento que se iba a construir, la clasificación, inconvenientes de uso y propiedades de las aguas, los medios de transporte y la distancia desde varios puntos a la villa, la clasificación de las enfermedades… En sus páginas finales figuran, obviamente con clara finalidad comercial, una serie de observaciones que especifican algunos casos relevantes, concernientes a enfermos que hicieron uso de aquellos prodigiosos surtidores sulfurosos, sanando sus patologías. Valga como muestra este ejemplo:
“El Reverendo presbítero D. Juan Coll de 62 años de edad, natural de Binéfar, de temperamento sanguíneo, idiosincrasia gástrica, me refirió el año 59 que hacía doce años había sido atacado de una pulmonía, y que al poco tiempo fue invadido de un herpes furfuráceo que le ocupaba las dos extremidades superiores, habiéndose propagado a la espalda. El año 40 acudió a tomar las aguas de Puda (al pie de Montserrat) y las continuó por muchos años sin resultado, por cuyo motivo se decidió recurrir a estos preciosos manantiales por si conseguía alguna mejoría. Se puso en juego el agua en bebida y fomentos tibios durante la siesta y noche. A los pocos días se le modificó la dermatosis de un modo visible y a los 18 los abandonó sumamente satisfecho. El año 60 vino por segunda vez lleno de fe y confianza, toda vez que en el anterior fue tan marcado su alivio, y, en efecto, su predicción se cumplió, porque en esta temporada la erupción se desvaneció completamente. En los años de 1861 y 1862 regresó este Sr., y sí hemos de dar crédito como se merece tan respetable sacerdote no por necesidad y sí únicamente por agradecimiento.”
La portada de esta memoria se halla confeccionada con una composición de letras decimonónicas, que enmarca una doble orla de palmetas neoclásicas. Su distribución fue gratuíta.