El hombre sólo puede adquirir una condición que sostenga su alma si admite, por lo menos, las leyes más importantes y esenciales de la evolución humana. La evolución de la humanidad es, a la vez, una evolución de la condición humana individual. En la doctrina secreta de los antiguos hebreos, la revelación de Jahvé se llamaba la revelación de la noche; en verdad, la revelación de Micael revelaba los secretos relacionados con la naturaleza humana.
En tiempos del Antiguo Testamento, se llamaba Señor de la Noche a Jahvé y Siervo del Señor de la Noche a la faz de Jahvé, Micael, quien se revelaba por la noche y deberá convertirse en nuestra época en el revelador del «durante el día»; de espíritu nocturno deberá pasar al espíritu diurno.
La encarnación del Verbo fue la primera manifestación de Micael; la espiritualización de la Carne ha de ser la segunda, metas hacia las cuales tenemos que encaminarnos. Primero debemos reconocer el mundo sensible inmediato, y luego descubrir el impulso Crístico en este mundo. Se avecinan en la humanidad graves luchas sobre la Tierra, y lo único que puede contrarrestar ese anonadamiento de la evolución humana es lo que conduzca a los hombres hacia lo espiritual: el camino de Micael, que halla su continuación en el camino de Cristo.
Si nuestro organismo está completamente sano, la sinergia de sus factores constitutivos no puede realizarse sin que sintamos nuestro origen divino. Puede darse el caso de que el hombre sea capaz de intuir lo divino, sin tener la posibilidad de intuir también a Cristo.
El origen de la inteligencia humana y el origen del comportamiento humano inteligente es nuestra organización cefálica. Esa condición inteligente de nuestra alma proviene de aquella gesta del Arcángel Micael que, por lo común, se simboliza como la Caída o Derrota del Dragón. La idea puramente egoísta de la postexistencia, que nace tan sólo de nuestro deseo de perpetuarnos más allá de la muerte, necesita el conocimiento de la preexistencia del alma.
Esto es lo que se puede llamar «cultura micaélica». Si vivimos con la conciencia de que, en cada mirada y en cada sonido, fluye hacia nuestro interior algo espiritual, habremos conquistado el tipo de consciencia que la humanidad necesita para el futuro. Lo importante es aprender a percatarnos de la índole anímico-espiritual de lo material externo, de modo que lo material pueda describirse a la vez como espiritual y que en lo espiritual se reconozca el tránsito a lo material.