Pocas veces he visto a Barbastro reaccionar así, con semejante entusiasmo, al pie de un escenario. Quizá nunca, pero la memoria es traicionera y selectiva. Quién sabe si olvidé aplausos tan fuertes. Lo dudo, pero pudo pasar.
La cosa es que el sábado, a tan sólo cuatro minutos del comienzo y tras un cante a media luz sin otro instrumento que la voz de Pedro Garrido, Niño de la Fragua, el público comenzó a formar parte del recital.
Si me preguntan hace un año si en Barbastro el flamenco tenía su hueco hubiese dicho que sí, pero chiquitito. Y me hubiese equivocado hasta el punto de tener que pedir perdón. El flamenco en Barbastro tenía un hueco enorme que se ha empezado a llenar.
A la voz, Niño de la Fragua, a la guitarra Manuel Valencia, en la percusión, Carlos Merino. Poco más hacía falta. Fandangos y bulerías y un pie desobediente que sigue el ritmo. Y ya estás dentro. En la fragua del abuelo. Oyendo a un niño replicarle a su abuelo. Vibrar. Sentir. Temblar.
Yo, que nací aquí y me crié ahí, tenía casi olvidado un palo que canté y bailé mil veces en mi ya algo lejana juventud. Despierta en mí todo el sur que llevaba dormido dentro. Si el escenario es un tablao, taconeo.
El carisma de Pedro Garrido me atrapa desde principio. Me sumerjo en su espectáculo sin apartar mis ojos de los dedos rápidos de Valencia. De los nudillos de Merino. El flamenco invade espacio y persona. Un olé ahí. Unas palmas. Un tiriritran, tran, tran. Un déjame a mí, que sé lo que hago.
Y el ruido del aplauso va in crescendo. Y sientes el flamenco dentro. Y te acuerdas del fado y piensas que lo nuestro también eriza la piel. Un tango te recorre y ya no quieres parar. Deseas que no acabe, pero acaba. Llega un final inesperado, un adiós al micro mientras me canta tápame con tus manos que tengo frío, y me contagia. Y entonces, boom, Barbastro estalla como nunca, o como pocas veces, querida memoria mía. Un público ruidoso en pie que no se quiere ir. Y llama a Tamara Pastora, Marbán para los de aquí. Hasta para despedirse fue elegante el Niño de la Fragua. Y de nuevo un público que se levanta para quedarse. Nadie abandona su butaca. Aplausos y algún grito. Y ahí seguimos. Estimado público, nos dice la locución del protocolo covid, luces arriba y, ahora sí, te das cuenta de que se ha terminado aunque no quieras. Y aún sales y te quedas en hall porque hoy no hay virus y la alegría ha vuelto. Y te tienen que pedir, como en tus mejores juergas, que abandones el local. Entonces sales, y bajo la lluvia piensas que ha merecido la pena. Si me preguntáis hace un año si en Barbastro el flamenco se haría un hueco, hubiese cometido el gravísimo error de contestar: “uno pequeñito”.