El sábado por la tarde cuando la noche despuntaba, después de tantos obstáculos producidos por la insidiosa pandemia, vi por azar a los padres de la malograda Sandra Salamero Ayén, todavía ajenos a la cruda e inflexible realidad, cómo cerraban su comercio en el centro de la ciudad, pensé en la sacrificada vida de los comerciantes, siempre abiertos al día siguiente, siempre prestos y diligentes por llevar adelante sus comercios -¡tantos otros comerciante como nosotros mismos!-, satisfechos por abrir las puertas de las tienda al público a diario, salvando las adversidades con buena cara y abnegada dedicación, me vi reflejado mientras los observaba; y vi cómo el esposo del matrimonio esperaba paciente al borde de la acera a que su mujer cerrara el establecimiento, sin sospechar que la pérfida fatalidad iba a cercenar la vida de una familia conocida, apreciada y querida. Como padres, como convecinos, como prójimo cercano compartimos profundamente vuestro pésame por tanta pérdida.