La medida municipal de no agradecer a Amancio Ortega la donación de una máquina de radioterapia oncológica, última generación, al hospital de Barbastro me ha causado un cierto desagrado. Hubiera preferido que mis representantes lo hubieran agradecido porque creo que los representados sí lo estamos.
La anterior medida de Amancion Ortega de donar 20 millones a Cáritas para atender a los comedores sociales, en plena crisis, fue muy criticada por algunos partidos de izquierda. Decían que estas carencias no se arreglan con la caridad sino con la justicia social.
Desde el año 2001 la fundación de Amancio Ortega ha donado 500 millones de euros en España, para banco de alimentos, educación y sanidad. (https://www.libremercado.com/2017-04-06/la-filantropia-barata-de-amancio-ortega-500-millones-en-donaciones-1276596285/ )
Me cuenta mi amigo Chema que un conocido suyo, afectado de cancer, ha usado la moderna máquina y en un cuarto de hora recibió el tratamiento que antes, en Zaragoza, costaba hora y media… Y, además, con una visión tridimensional del tumor.
Me cuenta que el enfermo está muy agradecido a Amancio Ortega, y me consuela.
San Agustín (que además de santo fue un filósofo de primer orden, tras una juventud muy díscola y desatada) dijo que «las cosas superfluas de los ricos son las necesarias de los pobres. Se poseen bienes ajenos cuando se poseen bienes superfluos».
Sospecho que Amancio Ortega piensa como el santo Agustín. Actualizando el concepto de pobre por el de necesitado, lo que ha hecho al desprenderse de tantos millones de euros es algo que no estaba obligado a hacer y que ha hecho movido por la caridad (ahora se dice solidaridad; pese a que caridad es una hermosa palabra, de raíz latina, que significa amor hacia los demás)
¿La caridad merece agradecimiento? Quizás no sea obligatorio pero es lo correcto, lo que manda la costumbre ancestral.»De bien nacido es ser agradecido» una máxima que, sin ser ley, está anidada en el corazón popular. Cuando un humilde pedigüeño recibe limosna acostumbra a decir gracias, y no responder con un silencio sólo roto por el sonido metálico de la moneda…
Durante su mili en Barbastro Amancio Ortega también tuvo sus necesidades y carencias. Como muchos jóvenes era fumador, al igual que su amigo de Graus, y a veces no tenía dinero para comprar tabaco; entonces iban a ver a ese comerciante amigo del grausino, algo richahón, que les ofrecía unos cigarrillos de su cajetilla: un pequeño gesto de caridad hacia los «tiesos» soldados.
¿Era supérfluo aquel cigarrillo? ¿Tenía mérito el comerciante ricachón? Para él era supérfluo, pero para el soldado Amancio era una necesidad. Ya dijo Juan XXIII que «Lo superfluo se mide por las necesidades de los demás».
Años más tarde el mismo comerciante, cuando mi padre quedó inválido con tres hijos, le dijo que si la hija mayor quería trabajar en su comercio le asignaba un puesto de trabajo… otro gesto de caridad.
Mi hermana no trabajó en Casa Artero, y con beca se hizo maestra. Y mi padre siempre le quedó agradecido.