En las últimas voluntades de nuestros seres queridos aparece con mayor frecuencia la cremación. Aproximadamente, hace diez años que la incineración empezó a despuntar y a marcar tendencia en nuestro país. Según datos de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, un 40% de la población opta por la incineración, y se estima que en 2025 alcanzará el 60%.
No existe una normativa única estatal ni homogénea, y son las normas autonómicas e, incluso, las propias ordenanzas municipales de medio ambiente y/o de cementerios, quienes legislan sobre el tema. La normativa autonómica que regula el ámbito de la sanidad mortuoria establece las exigencias legales sólo hasta el momento de la entrega de las cenizas. “El traslado de las cenizas y su ulterior depósito no requerirá control sanitario”, indica la ordenanza de Servicios Funerarios y Cementerios de Aragón.
Las cenizas funerarias son un material inerte compuesto por celulosa, sales de calcio y potasio, taninos, fosfatos y carbonatos, entre otros elementos; al igual que ocurre con la madera, las cenizas pueden ser utilizados como fertilizante. Las posibles sustancias tóxicas que puedan desprender los cuerpos durante la cremación se volatilizan por la elevada temperatura alcanzada en el horno. Los gases tóxicos como dioxinas o mercurio, entre otros, son atrapados por los filtros de los hornos crematorios, siempre y cuando éstos cumplan con la normativa medioambiental.
Ciudades y pueblos en todo el mundo, comienzan a presentar serios problemas de espacio en los cementerios (poblaciones como Trujillo, en Cáceres, han colgado el cartel de “aforo completo” o municipios de Londres, han dejado de proporcionar el “servicio” de entierro, obligando a sus vecinos a buscar sepultura en otros condados). Cada vez más ayuntamientos habilitan terrenos y espacios para la deposición de las cenizas de los difuntos (Derio, en Bilbao, La Seud’Urgell, en Lérida, Collserola y Montjuïc, en Barcelona, Ivry-sur-Seine y Thiais, en París, Niort, en Deux-Sèvres). Como norma general, se han plantado jardines o pequeños bosques donde esparcir las cenizas o enterrar las urnas biodegradables homologadas por Sanidad. Urnas que, por ejemplo, portan una semilla que termina convirtiéndose en un árbol. Hay algo bonito en pensar en la muerte como parte de un ciclo natural: cuando nuestro cuerpo se descompone, nuestras células forman parte de la tierra. Pensar que la materia se transforma nos puede ayudar a vencer el tabú y el miedo que nos provoca morir. El ecofuneral, o enterramiento alternativo, es una evolución dentro de los servicios funerarios con opciones ecológicas certificadas en la gestión de los recursos: ataúdes de madera certificada y sin barnices tóxicos, incineración sin tóxicos, urnas biodegradables, utilización de tanatorios con gestión ambiental, utilización de flores…
Dicen que cada ataúd de madera supone la tala de un árbol. Pero yo, como Martin Luther King, si supiera que el mundo se acaba mañana, hoy todavía plantaría un árbol.