El debate sobre los deberes vuelve a ponerse de moda entre la comunidad educativa y las familias, con la inefable colaboración de medios de comunicación e instituciones políticas. De hecho, el 28 de diciembre de 2018 el Gobierno de Aragón estableció una orden, publicada en el Boletín Oficial de Aragón (BOA) el 17 de enero de 2019, a la que personalmente tildaría de “surrealista” para utilizar un eufemismo y dar así la introducción al tema del que versará el presente artículo. Antes de entrar en materia, permítanme recordarles el inicio de dicha disposición legal aragonesa: “La Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación, establece en su artículo 121.5. que “los centros promoverán compromisos educativos entre las familias o tutores legales y el propio centro en los que se consignen las actividades que padres, profesores y alumnos se comprometen a desarrollar para mejorar el rendimiento académico del alumnado”.
Como anteriormente he señalado, es mi intención diferir de lo políticamente correcto y mostrar las estulticias a las que nos agarramos para no llamar a las cosas por su nombre. Ya que hemos comenzado hablando de los deberes, diré que el pasado fin de semana, en la prensa, pude encontrar posicionamientos de todo tipo con respecto a las tareas escolares. Pero, sin lugar a dudas, lo que más me llamó la atención fue la propuesta de un experto educativo que defendía la idea de cambiarle el nombre a los deberes y denominarlos “práctica o entrenamiento”.
Siguiendo con el tema educativo, recuerdo cuando a los exámenes se les llamaba exámenes, ya fueran parciales o no. A finales de los años 80 del pasado siglo en muchos centros educativos se instaló la moda de denominar controles a los exámenes. En principio, la Real Academia Española (RAE) define el término “control”, en una de sus acepciones, como “examen parcial para comprobar la marcha de los alumnos”. Sin embargo, este término se acabó utilizando para referirse a cualquier tipo de prueba evaluativa, ya fuera parcial o no, porque, claro, debe de ser un vocablo más suave y menos traumático para los estudiantes. En cuanto a la palabra “examen”, la RAE la define como “prueba que se hace de la idoneidad de una persona para el ejercicio y profesión de una facultad, oficio o ministerio, o para comprobar o demostrar el aprovechamiento en los estudios”.
Pero no solo en el ámbito educativo hay tendencia a usar eufemismos para evitar palabras tabú. Así, a menudo hay quien se refiere a una recesión, crisis o decrecimiento, como desaceleración económica, crecimiento negativo o enfriamiento de la economía; a la fuga de jóvenes talentos o a la emigración de jóvenes en paro, como movilidad exterior; al aborto, como interrupción voluntaria del embarazo; al paro, como situación de desempleo; a las guerras, como conflictos armados e, incluso, como conflictos bélicos; al despido, como desvinculación de la empresa; a una subida de impuestos, como reajuste de impuestos; a una condena de cárcel, como privación de libertad y, en ocasiones, al secuestro se lo denomina privación ilegal de libertad; se acostumbra a llamar moderación salarial, a la congelación o al descenso de los salarios; centro penitenciario, a la prisión o cárcel; procedimiento de ejecución hipotecaria, al desahucio; artefacto explosivo, a la bomba; paro laboral, a la huelga; etc.
Si nos paramos a pensar en la cantidad de expresiones que utilizamos para evitar decir las cosas por su nombre, nos daremos cuenta, por un lado, de la gran creatividad que tenemos como sociedad pero, por otro, de lo estúpidos (aquí no usaré ningún eufemismo) que somos por pensar que cambiándole el nombre a aquello que no nos gusta conseguiremos también modificar su esencia.