Los oscenses, especialmente los que nacimos en el tiempo de la democracia, si alguna vez utilizamos el término «Guerra Civil» con frivolidad, deberíamos leer por imperativo cultural el libro Tiempo Destruido que acaba de publicar el periodista Víctor Pardo Lancina. De esta manera comprenderíamos las dimensiones de dos palabras de extrema crudeza que no sólo son aplicables al tiempo que duró el conflicto, sino que tuvieron una enorme repercusión en la inmediata y vengativa posguerra.
Aunque todavía se trata de un tema tabú, especialmente en las localidades más pequeñas, el escritor oscense ha conseguido hablar de los desastres humanos de la guerra con los testigos más cercanos a los hechos para documentar con testimonios orales e informaciones de la época siete historias ocurridas en lugares de la provincia de Huesca entre julio de 1936 y el mes de marzo de 1958: el terror en la capital oscense por los militares sublevados en las primeras semanas de la contienda, los fusilamientos de republicanos en Santa Eulalia de Gállego, la muerte del cura de Loscorrales, el linchamiento de un ex preso anarquista en Abiego, la muerte del médico Ezequiel Gazo a manos del jefe de puesto de la Guardia Civil de la Puebla de Roda, el asesinato múltiple consumado en Tardienta por el aparejador José Espada y la muerte en la misma población de un minero en el cuartel de la Guardia Civil.
El trabajo, de 343 páginas y numerosos documentos gráficos, ha sido prologado por el escritor y guionista zaragozano Ignacio Martínez de Pisón, se enmarca en el proyecto del Gobierno de Aragón «Amarga Memoria» y ha sido editado por el Instituto de Estudios Altoaragoneses y el Consejo Comarcal de Los monegros. Fue presentado el pasado 9 de diciembre en el salón de actos de la Diputación Provincial de Huesca con las intervenciones del autor, del decano José Domingo Dueñas y del catedrático Julián Casanova.
En este volumen, Víctor Pardo reconstruye los hechos del pasado reciente de forma novelada pero desde el máximo rigor histórico. Quizás por eso, y por la gran cantidad de datos que suministra la investigación, su prosa es tan impactante. Bajo el título «Crónica de un linchamiento» el autor da cuenta de los terribles sucesos que ocurrieron en la localidad de Abiego durante y tras la guerra Civil de 1936. Como dato curioso señala que en 1941 «el censo oficial era de 578 almas, dos centenares menos que diez años atras» debido a los estragos de una guerra tras la que «pesaba como una losa el recuerdo de dieciséis asesinados por los anarquistas del grupo violento de los Aguiluchos, […] cinco fusilados en las cárceles franquistas y un buen número de presos políticos».
Pero, de todas las historias trágicas que ocurrieron en la localidad somontanesa, como el asesinato del párroco y el capellán del convento de San Joaquín o de otros vecinos asociados a la derecha o a la izquierda política, el periodista narra con mayor amplitud el triste final de Antolino Conte, un labrador y jornalero casado y con tres hijos que fue absuelto el 31 de enero de 1941 tras dos años de prisión menor en la cárcel de las Capuchinas de Barbastro por su militancia anarquista. Porque en los tiempos que corrían no era suficiente con tener el perdón de la justicia. Eso bien lo sabía Vicenta Guallar, viuda acusada de «roja y madre de rojos», que prefirió asentarse en Alquézar, ante las amenazas de algunos de algunos vecinos abieguenses. Pero «Antolino, que acababa de cumplir 37 años, quería rehacer su vida, encontrar trabajo, olvidar los casi dos años de prisión en Barbastro, en la que lo había pasado muy mal […]. Un día del gélido enero de 1941 tomó la decisión de volver a Abiego». Los consejos de los vecinos de Junzano, localidad natal de su mujer y donde había comenzado el año, de nada sirvieron. El resto de la historia, que ustedes podrán imaginar y que responde al título del capítulo, «Historia de un linchamiento», aparece descrita con pormenores en Tiempo Destruido. El despiadado asesinato, en un lugar público y en presencia de su hija Julia, sólo se explica en un momento histórico de inconmensurable dolor y rencor donde la prudencia era garante de la vida.
El investigador oscense también recuerda al final del episodio que el último fusilado de la provincia de Huesca por su papel en la Guerra Civil, Justo Panzano Encuentra -labrador, soltero de 38 años- era natural de Abiego.
Con este trabajo Víctor Pardo demuestra que el tiempo destruido se puede reconstruir, desde la objetividad del presente, para revalorizar la dignidad de quienes todo lo perdieron porque les robaron, precisamente, lo más valioso que el ser humano puede tener: su propio tiempo.