La festividad de Todos los Santos, el primer día de noviembre, aparece en el siglo IX a ruegos del rey Luis el Piadoso y de los obispos franceses. El papa Gregorio IV extiende la celebración desde Roma a toda la iglesia. La celebración queda consolidada en el siglo XI con la introducción de la festividad del Día de los Difuntos, la jornada posterior a aquella celebración.
Un antecedente de la festividad de Todos los Santos era la fiesta de Todos los Mártires, instituida por el Papa Bonifacio IV al consagrar el templo romano de Todos los Dioses.
La noche de Todos los Santos, o “Noche de Ánimas” se considera la del día 1 al 2 de noviembre. Ha sido popularmente una noche mágica por excelencia. En nuestros pueblos son numerosas las historias que se narran de ánimas, difuntos, apariciones o espíritus. Existía la creencia de que las ánimas vagaban y nadie osaría acudir a los bosques, a los descampados y, menos, a un cementerio durante esa noche.
Tradiciones y creencias populares
En la tradición popular de nuestros pueblos y aldeas se cree que las almetas son los espíritus de los muertos que no han llegado ni al cielo ni al infierno. Se dice que vagan por los montes en busca del lugar donde reposar eternamente. Portan una vela en cada mano. A veces regresan al hogar y por eso se les intentaba ayudar para que encontraran su destino definitivo.
Existían creencias de procesiones nocturnas en las que portaban las aludidas luces misteriosas y que pasaban por las aldeas y descampados. Sin duda nos encontramos con un símil de la Santa Campaña o de la Hueste asturiana. En nuestra tierra, la mayor parte de las narraciones responden a ánimas que van solas o custodiadas por unos guardianes de estas almetas que en Radiquero denominan “totones”.
Otra aparición nocturna de la tradición oral es la del carro de la muerte. Va por los aires sin carretero, ni caballos, y aparece junto a las casas donde se va a llevar a alguien. La muerte también se representa con un esqueleto cubierto hasta la cabeza y portando una guadaña.
En la tarde del día de Todos los Santos los más jóvenes colocaban en los nichos vacíos calabazas huecas, a las que se les hacían dos agujeros redondos a modo de ojos y otro alargado semejante al de la boca, introduciendo dentro de la misma una vela encendida. También se colocaban en el camino que llevaba al cementerio. La finalidad creían era la de ayudar a las almetas a encontrar su camino y regresar al camposanto.
Llegada la noche, en la que los católicos recuerdan a sus difuntos, les ayudan con sus oraciones a salir del purgatorio y a alcanzar la luz eterna, todos se reunían en el hogar para tras la frugal cena, rezar el rosario y, después comer la castañada, mientras se contaban historias de cementerios, brujas y apariciones.
Antaño los mozos del pueblo permanecían en el campanario para efectuar los toques de campanas y, claro está, también acompañaban la velada de manjares, castañas y frutos de la época y, por supuesto, se contaban historias relacionadas con ánimas. Se hacían turnos. Uno permanecía abrigado en el campanario, mientras los demás esperaban en una de las casas para pasar la noche junto al fuego del hogar y consumir tortas, nueces, higos secos y castañas asadas, regados con vino viejo, mientras pasaban la noche. Cada hora uno de ellos subiría a relevar al improvisado campanero.
La diferencia de la tradicional Noche de Ánimas con el Halloween es que este procede de la cultura celta, llevado por los irlandeses a Estados Unidos y por lo tanto no corresponde a nuestra cultura tradicional. Halloween es la noche del 31 de octubre, el final del año celta.
En Radiquero la Asociación O Coronazo recuperó en el 2001 las figuras de las “almetas” (con dos velas, una en cada mano, y de blanco) y los “totones” (guardianes del cementerio con una vela y de negro) y la figura de Doña Severa, que recuerda tradiciones en torno a esta celebración. La celebración continúa cada año y se les debe felicitar por mantener nuestras tradiciones y vincularnos a nuestras raíces.
En Lupiñén el año 2017 se inició la denominada marcha senderista del Camino de las Almetas. Los participantes van disfrazados y durante el recorrido iluminado con antorchas ocurren diferentes sorpresas.
Una historia de Noche de Ánimas
Narramos a continuación una de las historias que se narraban en la Noche de Ánimas.
Los mozos de un pueblo pirenaico se reunieron para alternarse en el toque de campanas, pero la noche era fría. Así que decidieron hacer turnos. Uno permanecería abrigado en el campanario, mientras los demás acudieron a una de las casas para pasar la noche junto al fuego del hogar mientras pasaban la noche.
Uno de los reunidos comentó que por nada del mundo iría al cementerio esa noche. Otro añadió que eso eran sandeces y que si hubiera alguna recompensa o apuesta él mismo acudiría. Todos pusieron una cantidad de dinero para ver si era capaz. Para comprobar que había cumplido lo pactado debía dejar clavado en la puerta de madera una tachuela, así al día siguiente verían que había llegado hasta allí.
El mozo se arrebujó en su capa y se dirigió al camposanto. Al llegar a la puerta del recinto cogió una gruesa piedra del suelo y sacó de su bolsillo un clavo que le habían dado en la casa donde se reunían los mozos. Rápidamente lo apoyó en la madera y con varios golpes quedó incrustado en la puerta.
Enseguida se dio la vuelta para regresar rápido al pueblo. Entonces ocurrió un extraño suceso. Notó que alguien le agarraba por su espalda. Muerto de miedo se puso a temblar. Estaba quieto sin reaccionar, pero cada vez que intentaba caminar notaba que no podía avanzar. Un sudor frío le recorría el cuerpo.
—¡Ánima del otro mundo, déjame por favor! He sido muy osado al aparecer esta noche por aquí, pero no lo volveré a hacer. Por favor, déjame regresar con los míos.
A pesar de sus ruegos seguía inmóvil y así pasó el resto de la noche. Con las luces del nuevo día, se giró hacia atrás y pudo ver que no le retenía ninguna ánima, sino que su capa se había enganchado con el clavo.
José Antonio Adell escribe un libro sobre el cura José María Cabrero